La Junta sigue tropezando una y otra vez en la misma piedra en materia de prevención y gestión de incendios forestales. El terrible siniestro de la sierra de la Culebra ha evidenciado de nuevo la ausencia de una política medioambiental integral, seria y preventiva que ponga en valor y además proteja el bosque todo el año. No se puede ni se debe bajar la guardia un solo día, ni escatimar recursos en este empeño. Las imprevisiones, errores y negligencias se pagan muy caras cuando están de por medio las llamas. 

Los fuegos estivales forestales, desde luego, son difíciles de prever, controlar y sofocar. Por eso sigue cobrando virtualidad esa expresión que apunta a que los incendios se apagan en invierno. En tiempos de cambio climático como los actuales es clave limpiar los montes de maleza y de esos árboles y ramas muertas que trufan el sotobosque, mantener expeditos cortafuegos, caminos, arroyos y ríos…, pero hay que ir mucho más allá del cortoplacismo de las campañas. 

El Gobierno autonómico debe actuar decididamente en diferentes ámbitos con iniciativas y políticas valientes, y buscar consensos para que el patrimonio verde de la comunidad deje de ser materia combustible a la espera de arder en verano. Es perentorio recuperar esas masas forestales como espacios de vida, pero también como músculo económico de esa España vaciada, olvidada y ahora calcinada. La sostenibilidad del monte y su protección no están reñidas, como demostraron nuestros padres y abuelos, con una correcta explotación y gestión de las masas forestales. Es evidente que los bosques resisten mejor los fuegos si además de espacios de esparcimiento y turismo se añaden usos y aprovechamientos tradicionales.

Hay que sellar un plan serio y un pacto contra el fuego y dejar este asunto fuera del ruido y el rédito partidista. No se puede seguir discutiendo si son galgos o podencos mientras cada verano miles de hectáreas de bosque son pasto de las llamas.