Martín García Barbadillo

Plaza Mayor

Martín García Barbadillo


La ola

18/01/2021

Desde hace casi un año, la vida de todos consiste, básicamente, en surfear las olas. Este símil marino ha sido todo este tiempo la imagen elegida para visualizar los empellones y momentos de calma de la pandemia.

Evidentemente, la situación requiere de explicaciones científicas y visiones técnicas, pero tampoco pasa nada por complementarlas con una mirada a lo que el arte pueda aportar en un tiempo como este. Sí, el arte, no ponga esa cara. Está claro que una pintura no le va a salvar la vida, pero tal vez consiga llenar algunos agujeros negros que se la hacen más complicada.

Cada vez que hablan de ola en la tele o en la radio se dibuja inevitablemente en mi cabeza el archiconocido grabado La ola, de 1830, del japonés Katsushika Hokusai. Seguro que lo ha visto mil veces; es ese cuadro con aspecto de cómic de tonos azules en el que aparece un mar embravecido con una ola inmensa en primer plano y, detrás, el monte Fuji. Por si aun no ha caído, el emoji de wasap de la ola, precisamente, está más que inspirado en esta ilustración.

La ola del grabado es verdaderamente amenazadora y se alza mucho más alta que la montaña, que está al fondo. Sus entrañas son oscuras y está coronada por una espuma que  parece convertirse en terribles tentáculos. Pero no perder la perspectiva, además de ese monstruo, en la parte inferior de la pintura hay otras olas terribles que recuerdan en su forma a montañas, pero que no parecen nada comparadas con su hermana mayor. Entre ellas, asoman tres pequeños barcos en los que sus tripulantes luchan por no zozobrar.

Mirando esta obra, uno entiende que una ola jamás viene sin compañía. Tal vez se puede superar la primera, pero inevitablemente habrá que pelear con remos y cabos tensos contra la segunda y las sucesivas. Porque las olas no son más que la manifestación de una tempestad, que es lo que refleja el grabado y lo que se cierne hoy sobre el mundo.

La estampa forma parte de la serie 36 vistas del monte Fuji, y en esta en concreto la montaña aparece, lejana, ajena a los elementos. Se alza inalterable y pacífica, desafiando al distante temporal y recordándonos que, por muy mojado y aterrado que se esté, la orilla sigue existiendo. Puede que todavía muy distante, pero siempre esperándonos.

Ya ve, todo esto en un cuadro de 26 por 38 centímetros. 

Salud y alegría.