Blanca García Álvarez

De aquí y de allí

Blanca García Álvarez


Inocencia política

18/05/2023

Intentando poner orden a la lista de tareas pendientes que no paran de duplicarse vas corriendo a encontrar los regalos de la decena de cumpleaños que tienes a finales de mayo. Calle San Juan y Espolón arriba corriendo. Es en ese momento cuando el candidato, apoderado o afiliado correspondiente frena tus prisas para pedirte el voto. Una bolsa de Mango con unos pantalones en una talla equivocada, el bolso con media casa dentro, otra bolsa con unas bailarinas para bajarte de los tacones… y ahora un abanico de Unidas Podemos, un llavero del PSOE y un tríptico con la cara de un posible futura alcaldesa del PP. Una estampa digna de campaña electoral.

El lunes me encontré con una Begoña Villacís que, vestida de chulapa, me alzaba la cabeza saludándome (a mi y a todo el que se cruzaba) mientras recorría la Pradera de San Isidro. Unas horas antes, me había chocado con un mar de gente que besaba y alababa al alcalde Martínez-Almeida. «¡Menudo alcalde guapo que tenemos!», comentaba felicísima una señora a mi vera. Me giré y mi cara de asombro debió de ser tal que todo lo que me suspiró fue: «ay hija, es que lo hace tan bien…».

He visto a abuelas besando como si fuese su hijo a Mariano Rajoy, a chicas con mantones rojos bordados con las cinco estrellas blancas del escudo de la Comunidad de Madrid pidiendo bocadillos no veganos en la caseta de Más Madrid, a compañeros de trabajo perdiendo la cabeza por el ministro Alberto Garzón…

Porque la política levanta pasiones desenfrenadas y nos humaniza hasta el extremo. Es cuando estamos en contacto con el poder cuando nos sentimos con menos pelos en la lengua, vivimos todo más a flor de piel y, lo más peligroso a la vez que satisfactorio, nos encontramos con un grupo en el que todos piensan (más o menos) lo mismo que nosotros. 

Estampas cercanas a la vergüenza ajena que nos permiten olvidar durante unos minutos que tenemos que salir corriendo y que nos recuerdan que llegar al poder supone hacer un montón de fotos sin sentido y que la democracia - con toda su seriedad- también incluye la inocencia de una España con ganas de votar.