Dada mi candidez no buscaré aviesas intenciones en esas palabras del Papa Francisco sobre las suegras: «No sois el diablo, pero tened cuidado con vuestras lenguas», al mismo tiempo que pedía a las nueras: «Revisa la relación con tu suegra. A veces son mujeres un poco especiales, pero han dado la vida a tu pareja» Declaraciones del Pontífice en la catequesis celebrada el pasado miércoles en el Vaticano, donde además reclamaba «que se las trate mejor». Imagino que al escuchar el testimonio de Jorge Bergoglio les (nos) pitaron los oídos a todos los yernos y nueras del mundo. No tengo noticias de que alguno se diese por aludido y me sorprende el escaso eco que han provocado esas controvertidas reflexiones en una sociedad tan dada a buscar excusas con las que ofenderse. Pretendía Francisco en su homilía instruir sobre la necesidad de evitar y superar prejuicios y lugares comunes sobre la mother in law, que dirían los brittish, pero hay figuras retóricas que las carga el diablo, sobre todo cuando te olvidas de incluir a los suegros en el discurso. 

Ya habrá quien esté esperando una reflexión vaticana sobre los cuñados, tan denostados, que han de soportar continuos recelos y chanzas y que se ha convertido en sinónimo de todo aquel que se cree más listo de lo que es. Lo cierto es que el Papa podría hablar con más criterio de esos familiares sobrevenidos que de suegras, pero no sabemos si estará dispuesto a romper una lanza también por ellos. 

En vísperas del día de la madre, a todos nos conviene recordar que las nuestras también son suegras y que en algún momento podemos llegar nosotros a esa condición (en femenino o en masculino). No es oportuno dejarse llevar por esos lugares comunes a los que terminó recurriendo el Papa. Juzgar con determinados prejuicios forma parte de un pasado que ya queda muy lejano.