Volvían las añoradas tardes de sábado y balonmano a Burgos. Volvían los recuerdos de épocas pasadas, de otras en las que se acumulaban derrotas y a la vez se forjaba la cantera del ahora presente. De esas en las que el ‘respetable’ era una ‘familia’ dispuesta a animar, gritar e incluso cantar por los suyos. Tardes de frío que tornaban en noches de celebración en las que se festejaban los desastres porque al cabo del año había que celebrar algo. Benditas tardes, por cierto. Cómo hemos cambiado...
Ayer el escenario era diferente. Era sábado, sí, y había balonmano, también. Pero el equipo es otro. Un conjunto que lucha por los puestos de arriba, que busca metas más altas. La motivación es otra y el contexto y el rival, también.
No había público. No era la misma categoría ni el pabellón ni la entidad del rival ni nada. Solo el espíritu era el mismo. Suficiente.
Era la tarde de las restricciones, del silencio en El Plantío y de la oportunidad de recuperar las sensaciones perdidas por las cuarentenas. Pero era la tarde del ‘nueve’.
La tarde de los nueve goles, golazos, de Joshua Da Silva. Imperial. ‘Awesome’.
La tarde en la que el marcador final acabaría con nueve goles de diferencia.
La tarde en la que se cumplirían nueve meses del último partido antes de que estallara la crisis sanitaria.
La tarde en la que los primeros nueve minutos de la segunda parte fueron los del San Pablo Burgos que conocemos y amamos.
La tarde en la que el equipo obtuvo un nueve de nota por parecerse al equipo de siempre, pese a los ‘lapsus’.
Y la tarde en la que Ibrahim paró 10 bolas en 30 minutos para llevarse el MVP y tirarme por tierra la estadística de la tarde del ‘nueve’.