Jesús de la Gándara

La columnita

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InKultura

17/10/2022

Dedicado al Excmo Sr. D. José María Bermúdez de Castro Risueño 
Nadie sabe bien qué es la cultura. Ni siquiera D. José Mª, pese a que él lo es. Pero nadie lo es mientras no haya otro que lo aprecie, y para eso hay que tener cultura, con lo cual caemos en una tautología sin final. Estos problemas conceptuales son frecuentes en mi profesión. Por ejemplo, no sabemos qué es la salud, menos aún la salud mental. Para resolverlo buscamos definiciones aproximativas, pero todas incompletas. Incluso a veces lo definimos por su contrario: Salud es la ausencia de enfermedad. O paradójicamente: Enfermo mental es el que va al psiquiatra. O cínicamente: La salud es un estado transitorio que nunca conduce a nada bueno. 

Pues bien, aplicado a la cultura, podemos decir que es la ausencia de incultura, y esta es más fácil de definir. Incultura es la violencia, no la agresividad, un instinto que incluso puede generar cultura. Incultura es la guerra, no la contienda que nos obliga a superarnos. Incultura es la incapacidad para apreciar la belleza, no la fealdad que se puede convertir en arte. Incultura es la intolerancia humana, no la crítica de las opiniones ajenas que puede enriquecer la sabiduría. Incultura es la avaricia, no la búsqueda de bienes que puede perfeccionar la tecnología. Incultura es la desertización que aísla y asola, y cuyo contrario es la celebración, que reúne y comparte. Inculto es que de una frase sacada de contexto hace un titular resonante con las mentes incultas. Inculto es el médico que sólo medicina sabe. Incultura es confundir cultura con espectáculo, aunque el rigor culto no debería ser rigor mortis. Incultura es la carencia de alimentos, no el hambre que agudiza el ingenio. Incultura es malgastar el agua, no la sequía que genera ciencia hidráulica. Incultura es destruir la Tierra, no la laboriosidad constructiva que la artífica o adorna. Inkultura es incultura, salvo que la K sea mayúscula y la ocupe D. José Mª.

Puedo seguir, pero caería en dos vicios. Uno de forma, el aburrimiento del respetable. Y otro de fondo, la incapacidad para definir la cultura y la incultura. Pero me quedo muy a gusto pues he conseguido dos cosas. Una aprender del Discurso de entrada del sabio en la RAE, que fue cultísimo; y otra, reivindicar la K, una letra de origen extranjero que insertamos en nuestro alfabeto con cordialidad y tolerancia, es decir cultamente.