Carmelo Palacios

Plaza Mayor

Carmelo Palacios


¿Cuál es la peor edad?

24/11/2020

En una conversación de esas en las que arreglas el mundo, cerveza en mano y con el sol invernal acariciándonos el rostro, surgió un debate tonto, de esos que no van a ningún sitio pero que invitan a reflexionar. ¿Cuál es la peor edad para vivir una pandemia? A nivel de salud, está claro que lo mejor es ser joven y estar sano, pero ciñéndose estrictamente al plano social ¿en qué momento de su vida no le hubiera gustado quedarse sin libertad?
En el instante que saltó la pregunta, la cabeza se nos fue a Salamanca. El verano previo a la universidad, los primeros años, la fiesta de medicina, la de químicas... También estaban el mus y la pocha después de comer, los partidos de fútbol sala por la tarde, los descansos de la biblioteca que terminaban en huida y acudir a las clases interesantes u obligatorias. Más de uno registró por aquellos años la misma asistencia que durante el confinamiento. Y no exagero. Sin duda, fue una época en la que nos hubiera venido muy mal una pandemia.
Tras esta primera reflexión, justo después apurar el último sorbo de la jarra y antes de pedir la segunda, nos remontamos a la infancia. A las mañanas heladoras de Pallafría en pantalón corto y botas de tacos de aluminio para sobrevivir al barro. Y reconocimos que nos hubiera dolido mucho que nos hubieran ‘robado’ ese placer cada fin de semana. El partido, los entrenamientos, el sentirse parte de un equipo y, por qué no decirlo, el sabor único de la victoria. Sin duda, fue una época en la que nos hubiera venido muy mal una pandemia.
Entonces, uno deja de mirarse a sí mismo y, aunque es difícil sentir lo que no se ha vivido, se pone en la piel del anciano al que le cuesta un mundo entender este virus que viene de China. Él, que está en su pueblo, a miles de kilómetros de Wuhan, o ella, que vive en una residencia y las visitas escasean sin motivo palpable. Sin duda, si llegamos tan lejos, sería una época en la que nos vendría muy mal una pandemia.
Nunca es buen momento para vivir así, sin vivir, pero levantándonos de la terraza aquel día de principios de noviembre y sin saber que todo iba a ir a peor alguien afirmó resignado: «Toca aguantar. No queda otra».