Marian Peña

Observando al Mundo

Marian Peña


Paseando

03/06/2020

Después de casi tres meses de confinamiento, nada mejor que aprovechar el buen tiempo y la fase 1 para dar un paseo por la ciudad. Como los parques y espacios verdes están saturados de deportistas, los de siempre más los nuevos, me decido a adentrarme por las callejas del centro histórico, calles estrechas, sombrías y, sobre todo, solitarias..
Aunque todo sigue casi igual, satisface ver que durante este tiempo la actividad no se ha detenido completamente y que hay obras que, a pesar de todo, han seguido avanzando, como la reforma de uno de los espacios más emblemáticos a los pies de la catedral. Lo cierto es que la zona de las Llanas hace ya mucho tiempo que pedía a gritos renovación. Resulta curioso contemplar los restos de las construcciones de otros siglos que escondía el deteriorado pavimento y que ahora quedan al descubierto en la Llana de Afuera, aunque no era el que estaba en peores condiciones. Mucho más grave es la degradación a la que había llegado la Llana de Adentro, una de las pocas plazas de traza medieval que quedan en la ciudad y uno de sus rincones más bonitos que vivió una época de esplendor en los 80 y los 90 cuando la gente acudía en masa a divertirse en la, por entonces, famosa Espadería o a degustar los guisos tradicionales que servían en el Rincón de la Llana, cerrado hace ya muchos años para desgracia de los amantes de la casquería bien cocinada y de los sitios con personalidad. Sin los negocios que daban vida llegó el deterioro físico y esta preciosa plaza pasó a convertirse en el mayor meadero de la ciudad, sin que al Ayuntamiento ni a nadie le importase lo más mínimo mantener un espacio en semejantes condiciones en la zona más turística de la ciudad.
Esperemos que esta rehabilitación, unida a la puesta en marcha de algunos e interesantes locales que han abierto recientemente sus puertas en ella, consigan devolver la dignidad a este emblemático espacio aunque, una vez finalizadas las obras, convendría no bajar la guardia e intensificar las medidas de vigilancia porque mucho me temo que los meones callejeros son gente de costumbres y no será tan fácil acabar con estos comportamientos incívicos, que se convierten también en peligrosos en época de pandemia, salvo que medie una buena multa.