Rocío Martínez

Pegada a la tierra

Rocío Martínez


Políticamente incorrecto

27/02/2023

No sé ustedes, pero yo estoy harta de 'ofendiditos'. El otro día fui al teatro a ver el monólogo de Luis Zahera, el actor de moda, y con razón. Un tipo 'chungo', así se autodefine y así se llama una función que les recomiendo vehementemente. Con su característica voz rota, con esa pinta de malote, casi siempre en personajes del lado oscuro de la vida, nada más empezar, el gallego explicaba al respetable que 'aquí', señalando el escenario, «no hay nada políticamente incorrecto». 

Me pareció tal barbaridad que un actor tenga que explicar algo hasta hace nada tan evidente. Sólo faltaba que no hubiera libertad de expresión sobre las tablas. ¡Menuda modernidad la nuestra! Pues cada vez menos. Pienso en los humoristas y les compadezco por el desafío de hacer reír en una era tan mojigata, tan sometida a la tiranía de lo políticamente correcto. Al final, ser políticamente incorrecto se va a convertir en algo clandestino. Y el arte en algo insulso, cómodo, no vaya a ser que ofenda. Algo aburrido. ¡Un coñazo!, vamos. A riesgo de que me crucifiquen por el uso de lenguaje malsonante, y, por si fuera poco, machista.

Pero ¡qué quieren que les diga! Que a mí ni me oprime el rosa, ni me ofende la palabra coñazo. Me encantaban, y me encantan, los Hombres G. Y soy una mujer independiente a pesar de haber crecido leyendo las historias de príncipes azules, Cenicientas y Bellas Durmientes. Porque los cuentos, cuentos son. Y ahí voy.

Lo último es lo de Roald Dahl. En Inglaterra han decidido reescribir sus obras para que no haya gordos, ni feos, ni calvos… ¿Alguien de verdad cree que ese es el camino para que no haya discriminación? Porque esos mismos chavales a los que los guardianes de lo políticamente correcto quieren proteger de una manera absurda, edulcorada y naif conviven con un instagram donde sólo triunfa la gente guapa, ítem más, donde sólo parece existir gente guapa. Y quien no lo es, filtro al canto… ¡y arreglado! Eso sí que genera frustración en los jóvenes, especialmente en las jóvenes, la aspiración a una perfección que además tiene mucho de irreal. Y no que haya un personaje gordo en un libro escrito en el siglo pasado. 

Hacía mucho que no había tanta censura. Peligro. Peor aún, practicamos la autocensura. Para no herir sensibilidades, para no molestar. ¿El arte tampoco? Así nos va. Antes éramos más libres, más divertidos. Al final nos van a volver gilipollas. Aunque seguramente esto tampoco se pueda decir.