Que no le lleve a malos entendidos o a menospreciar, querido lector, el título de la columna que hoy rubrico. Ni mucho menos. Es más, todo lo contrario. Y es que, con vistas al próximo fin de semana, fechas en las que caerá la del venidero 19 de marzo, uno no tiene sino ganas de reivindicar la nobleza y labor de ese, como reza el título adjunto al artículo de manera poética, 'eterno segundón' que todo el mundo tiene o ha tenido (en el caso de ya no estar), en sus vidas. 

Me refiero, efectivamente, al padre. Y es que, sin duda alguna, la figura masculina en la familia, bien por costumbre o educación, análisis histórico, o simplemente por estructura clásica de los núcleos de organización ancestrales, vaya usted a saber, siempre ha quedado eclipsada en el día a día de la existencia de sus retoños en favor de la principal protagonista de la historia: la madre. Sin más ni menos ambages además dado que, por un mero hecho biológico, y más allá de cualquier convención ética, jerárquica, o ideológica impuesta posterior, los vástagos pasan ya desde el vientre en la gestación, pero también desde las primeras semanas sucesivas al nacimiento, mucho más tiempo con su progenitora que con su homónimo paterno por la mera necesidad de sustento vital. 

Es por eso que en estas líneas quiero dejar patente, y expresar también, mi eterna devoción a la singular figura del padre. Uno de los dos pilares fundamentales de la familia (siempre al albur de los nuevos tipos o formas de ésta, claro está), y que desde pequeño (al menos en mi caso y creo que en la de la mayoría de mi generación por extensión), ha servido como ejemplo de disciplina y autoridad, pero también de principios, ética e inculcación de valores. Por todo ello, y mucho más, ¡gracias papá! Además por partida doble, dado que recientemente también ha sido tu cumpleaños. ¡Va por ti!