Supongo que, a pesar del amplio menú a elegir que se nos ofrece diariamente de noticias negativas que nos apabullan y hunden en un mar de pesimismo y miseria moral, somos capaces de bucear un poco y encontrar algún suceso amable; de esos que nos hacen reconciliarnos, aunque sea por unos momentos, con este mundo y la dispar humanidad que lo habita. Yo procuro buscarlas y hallarlas; por mi equilibrio mental, principalmente.

Me llamó la atención la semana pasada la del rescate de un joven eritreo a otro joven, vecino de Valladolid, de una muerte segura en el Pisuerga. No sólo por el valiente hecho en sí, sino porque su acción espontánea y generosa ha sacado a la luz, aunque solo haya sido por unos días, la gran hipocresía y desigualdad de esta sociedad. Y eso es también positivo.

Es increíble que un chico africano pre-adolescente haya sobrevivido a un largo viaje de migración que presupongo nada fácil y a una estancia, en orfandad, en un país y una cultura completamente distintos a la suya. Diez años invisible para la sociedad, cuatro de ellos en minoría de edad. Y un buen día se tira al río sin pensarlo a salvar a otro y…  ¡chas!, descubrimos su existencia, hablamos de gesta épica y le convertimos en héroe.

Casi una década buscándose la vida, el chaval, con un alto riesgo de caer en tentaciones, situaciones irreversibles, malas compañías, y todo ello en una sociedad a la que le sobra de todo. Hasta trabajo. Eso ha sido la verdadera heroicidad de Sied Muhamed: su supervivencia.

Somos impulsivos y selectivos para muchas cosas. Hasta para la solidaridad. Y somos también muy racistas, unos más en la forma, (vamos, que no se cortan nada), y otros en el fondo.  Seleccionamos con diferentes criterios a quiénes y cómo acogemos. Y justificamos encima esas diferencias. Me temo que hay demasiados héroes ocultos e invisibles en este planeta.