Está sonando en bucle en mi cabeza el estribillo de Sabina Y nos dieron las diez, y las once, las doce y la una y las dos y las tres... Un soniquete continuo desde que la movilidad de esta Semana Santa ha traído a nuestra provincia a residentes en otras comunidades autónomas. Una circunstancia que ha relegado la pregunta sobre dónde comer o qué visitar a un plano secundario, dando paso con fuerza a dudas más repetidas. ¿Aquí que se puede hacer? ¿A qué hora es el toque de queda? 
Y es que en esto de las medidas de contención de la pandemia los gestores políticos no se ponen de acuerdo y se agarran al sálvese quien pueda, o más bien a tonto el último. Cada país, cada región está imponiendo las restricciones según le da el aire, muchas veces sin tener motivo justificado para prohibir una u otra cosa, y pocas veces entonan el mea culpa cuando alguna decisión se demuestra como ineficaz o, incluso, errónea.
Una disparidad de criterios y continuos cambios que nos tiene a todos perdidos, sin saber qué puedo hacer, dónde y cuándo. Sin hablar de la posibilidad de hacer planes a medio o largo plazo, eso se descarta. Vale que una pandemia mundial es algo nuevo para los actuales gestores y que su manejo se me antoja más que complicado, pero ¿no se pueden poner de acuerdo en algo en vez de marearnos con tanto cambio de criterio?
Cumplido ya con creces el primer año de supervivencia con el coronavirus, la sociedad lo que quiere es poder mirar al futuro, conservar la esperanza de recuperar una vida más o menos normal, pero lo que se vive en la calle y en los negocios es la sensación de hartazgo. Dejen de tratarnos como conejos de Indias, aparquen el sistema de prueba-error y tomen decisiones con firmeza y sentido común, si es que les queda algo.