A veces tengo la impresión de que solo somos números. Un número de identidad, otro de Seguridad Social, un número de expediente o una de las unidades de cientos, miles o cientos de miles del censo de un pueblo, ciudad o país.

El mundo también se mueve por números. La inflación, el Ibex, los contagiados o muertos por la pandemia, los miles de beneficios de unas cuantas empresas, los millones de deuda, los del préstamo, el precio de un coche, el piso o la luz, los impuestos y las ganancias o pérdidas de tu negocio (entre otros muchos ejemplos).

Hasta las guerras. Siempre se han querido justificar en ideologías o sentimientos, pero me temo que están movidas principalmente por los números. Si no hay respaldo económico para financiar una intervención bélica, o beneficio económico para alguien, entiendo que no se inicia, por muchas ganas que uno tenga de bronca.

Luego parece que hay tipos y tipos de conflictos bélicos. Unos nos impactan más y ocupan mucho más espacio en los medios de comunicación. ¿Por cercanía, similitudes culturales? De otras nos olvidamos. A unos refugiados les abrimos las fronteras con los brazos abiertos. A otros les ponemos muros. Pero todas las guerras son injustas y crueles y afectan a seres humanos inocentes.

Son los números los que mandan. Y arrollan. A la generosidad, la solidaridad, la democracia, la infancia, las familias, la ilusión, las ganas de vivir, la paz; a la persona como individuo.

Detrás de cada número hay una vida, una trayectoria personal, una historia. Pero siguen mandando los números. Su omnipresencia nos apabulla... y muchas veces nos anula.

Que parte del mundo (léase europeos, entre otros), no piense o actúe en estrategias de seguridad y poder se ve siempre como algo negativo. Seré una utópica de libro, pero si fuera el planeta entero, mucho mejor nos iría. A todos. No solo a algunos.