Para las generaciones de futboleros que hemos vivido más de 10 mundiales, se nos hace un poco raro que un país con una monarquía absoluta como régimen político, con 11.500 Km2 de superficie y 200.000 habitantes más que Castilla y León acoja esta competición.

La densidad de población de Catar es de 255 habitantes por kilómetro cuadrado. Aquí tenemos 94.000 km2 disponibles y una densidad de 25 habitantes por km2; la renta per cápita es de 23.000 euros aquí y más de 60.000 € en Catar, donde los sueldos medios del personal de obra que ha estado trabajando en las infraestructuras para el mundial ha sido de 300 euros al mes.

Con mas de 6.000 accidentes mortales de trabajo en 2022, escuchamos declaraciones sobre el incumplimiento de los Derechos Humanos, vemos verdaderas barbaridades en lo relativo a los derechos de la mujer. Con todo, este país se permite el lujo de convencer a las federaciones de este deporte para que paren todas las ligas de las máximas categorías, organizar un campeonato de fútbol en pleno desierto y venderlo a todo el planeta como su spot personalizado de 'apertura al cambio'.

No cuadra mucho, teniendo en cuenta lo que todos los gobiernos de los países supuestamente más democráticos y avanzados consideran, promocionan y venden lo que ha de fomentarse a través de los valores del deporte. Más bien, todo obedece a que los grandes empresarios del planeta, que controlan gran parte del capital que genera el mundo futbolero, se han montado 'su propio mundial' en un paraíso fiscal donde sus empresas constructoras llevan unos cuantos años forrándose y seguirán alguno más, ganando miles de millones de euros y dólares para llevarlo a cabo. 
Una verdadera pena para los aficionados a este deporte de toda índole, que no les queda más remedio que intentar disfrutar de la pasión por ese jugador, o por sentir los colores de su país, o por sentirse orgullosos de lo que sea, teniendo que acatar este lamentable mundial.