Rafael Monje

DE SIETE EN SIETE

Rafael Monje

Periodista


Demasiado absurdo

13/01/2021

Resulta imposible entender que, con la enorme experiencia acumulada desde marzo de 2020 y una trágica cuenta de personas fallecidas, haya sido cosa der coser y cantar (es un decir) entrar en la tercera oleada de contagios por coronavirus.

¿Cómo es posible que nadie haya tenido la valentía de tomar medidas para, literalmente, prohibir de forma drástica las aglomeraciones para ver en las calles lucecitas de colores y organizar reuniones familiares? ¿Qué es mejor? ¿Perder un poco más ahora y dejar de ver unos días a unos familiares o perderlo todo más adelante y que esos mismos familiares puedan desaparecer para siempre?

Acabo de escuchar, consternado, a una enfermera de un hospital de Castilla y León, región donde la incidencia ronda ya los 323 casos por cada 100.000 habitantes, casi 644, en el caso de Segovia, sin ir mas lejos. Así que tampoco es de extrañar que hoy entre en vigor un nuevo paquete de restricciones. Pero a lo que iba, el marido de esa enfermera lleva ingresado en la UCI casi un mes y se preguntaba por qué no se cortaron de raíz las celebraciones, sabiendo a ciencia cierta lo que iba a ocurrir con tanta antelación. Y no le falta una pizca de razón. Por añadidura, basta seguir la actualidad para colegir lo que de manera holística dice un buen amigo, que más de la mitad de las personas con las que nos cruzamos en la calle padecen graves problemas de lucidez, o sea, que son personas que deambulan con menos luces que un barco pirata, sin importarles demasiado el sufrimiento ajeno.

Quizá lo que necesitamos es ver más en televisión imágenes de enfermos intubados y ataúdes arracimados en las morgues para que la nieve que nos ciega ahora acabe derritiéndose. Se trata de un civismo compartido que exige paladas de cruda realidad, la que, sin duda, sobra puertas adentro de nuestros hospitales.

Lo que ocurre ahora después de las navidades lo sabíamos todos, por eso es tan absurda esa reiterada apelación a la imprescindible capacidad de anticipación que debe caracterizar las decisiones públicas o el pulso que parecen renovar cada semana las comunidades autónomas por ver como mejora cada una sus respectivos ratio de contagios.

Demasiado absurdo es todo y, mucho más, la indecisión de la que hacen gala tantos responsables públicos.