Rafael Monje

DE SIETE EN SIETE

Rafael Monje

Periodista


Tres crisis a la vez

20/09/2020

Querámoslo o no, España afronta tres graves crisis: la sanitaria, la económica y la de credibilidad. La económica será más larga que la sanitaria y la de credibilidad sólo podrá restablecerse cuando hayamos dejado atrás las otras dos. De las dos primeras, todos tenemos bastantes indicadores para saber de manera consciente que la responsabilidad va por barrios, pero también por el nivel de poder adquisitivo de los individuos y las familias. No afecta a todos por igual, ni una ni la otra. Ahí tienen para comprobarlo las zonas del sur de Madrid, donde se producen los mayores índices de contagio y en las que, curiosamente, se registran más colas de pura subsistencia alimentaria. Sobre la tercera crisis, la de la credibilidad, nos la hemos ganado a pulso entre todos, empezando por la baja calidad de nuestra clase dirigente. Somos el peor país europeo en afrontar la pandemia, la salud pública española no ha funcionado debidamente y seguimos pensando que la culpa de todo lo que nos sucede la tiene el de al lado y no nosotros mismos. Mientras se suceden las llamadas de los portavoces públicos y de los políticos a la responsabilidad individual ante el coronavirus, ellos mismos recelan de la coherencia que reclaman a los demás, protagonizando una abyecta visión partidista de la pandemia, sin darse cuenta quizá de que las tres crisis que nos asolan a la vez nos están poniendo a prueba como sociedad. Y, lamentablemente, coincidirán conmigo en que, por ahora, no estamos dando la talla en absoluto.
Quien piense en obtener réditos políticos a cuenta de la pandemia, se equivoca. Los políticos deben hablar claro y sin pensar en sus respectivas siglas y en cálculos electorales, porque la que está en la Unidad de Cuidados Intensivos es la propia nación española. Basta para corroborar este pésimo escenario el hundimiento económico, la desaceleración o las últimas previsiones de desempleo. No es que me haya abonado al pesimismo, pero la realidad es la que es por más que pretendamos negarlo. La raíz de esta situación es un virus cuyo daño, a diferencia de un bombardeo, resulta invisible, pero, en cambio, sus consecuencias son palpables y terroríficas: 45.000 fallecidos hasta ahora.
Me parece, además, poco edificante que los representantes públicos se tiren los trastos a la cabeza, maniobren sin pudor para descabezar al contrario y continúen en sus cuitas cortoplacistas, cuando el país se encamina hacia una sombría disyuntiva consistente en compaginar, de un lado, el confinamiento por ciudades, zonas o distritos para evitar el colapso sanitario y en relajar esas medidas restrictivas para no ahogar la economía, de otro.
Ni tampoco considero muy normal que se trate de culpabilizar a los jóvenes o al ocio nocturno de los rebrotes cuando aquí lo primero que ha fallado ha sido el propio sistema (ver el índice de fallecidos en residencias de ancianos) y cuando ahora mismo la atención primaria está desbordada y nadie coge el teléfono (hagan la prueba).
Como decía, la crisis de credibilidad va para largo.