Va con nuestra forma de ser. Es parte de la esencia que mejor nos define. Estamos siempre buscando las diferencias. Lo que nos separa. Rojos o azules. Del Madrid o del Barça... No nos conformamos con dividirnos entre guapos y feos. Ahora estamos a la gresca entre los negacionistas y los tragacionistas. Entre los que aborrecen de la razón y cualquiera de sus postulados, porque no hay mayor evidencia científica que la que dictaminan sus dídimos, y los que desprecian toda capacidad de crítica y, mansos, tragan con lo que les ordene cualquier dirigente, nacional, autonómico o local, con la autoestima subida. 

También en esto de la gestión personal de la pandemia hay una Tercera España. Esa que da crédito al criterio de los científicos, pero que no hace dogma de fe de todo lo que diga cualquier entrevistado que salga en la tele con una bata blanca o que lloriquee en Twitter porque le toque hacer una guardia en Nochebuena. Esa que cumple de forma responsable con las normas, pero que no se dedica a mirar con desconfianza al vecino por ir desenmascarillado o a convertirse en un colaboracionista. 

Hoy se nos acaba el año. El segundo de la era pandémica. A pesar de las desgracias, lo volveremos a despedir con desahogo, atiborrándonos a polvorones, uvas y champán. El mismo ritual con el que recibiremos al 22. Enviaremos infinidad de wasaps con los mismos memes y parecidos lugares comunes. Haremos propósitos para los próximos 12 meses, convencidos de que no los vamos a cumplir. Uno de los míos no depende de mi voluntad. Mi mayor deseo es lograr que nuestras vidas no estén determinadas por decisiones que toman políticos mediocres desde despachos que solo tienen vistas a su ombligo y sus intereses. Feliz Año.