Óscar Gálvez

Óscar Gálvez

Periodista. Director editorial Castilla y León Promecal


Grave error de Ciudadanos y PP

16/06/2019

Cerradas las negociaciones para la formación de gobiernos locales y consumados los acuerdos entre distintas fuerzas políticas se hace imprescindible abrir un paréntesis para la reflexión sobre todo lo ocurrido esta semana como prolegómenos a la jornada vivida ayer de elección de alcaldes. ¿Quién debería ser el primero en apartarse un rato al rincón de pensar? Posiblemente, de acuerdo a las tertulias de calle, debería abrir fuego Ciudadanos, el que peor parado sale en el opinómetro callejero. Los de Albert Rivera deberían inaugurar ese periodo de reflexión, para intentar poner freno lo antes posible a la corriente de críticas negativas en torno a su estrategia de pactos. Más allá de si son pocos o muchos los que cuestionan a Ciudadanos si su pretendido apoyo al PP en la Junta se corresponde con el aporte a la regeneración que predicaba, de lo primero que los naranjas deberían abrir un debate serio es del papel que, en general, quieren jugar en política de ahora en adelante. Porque lo vivido en las horas previas a las investiduras de alcaldes en Burgos y en Palencia, por poner dos ejemplos de nuestra tierra, pone en duda el ADN de regeneración y oxigenación de las instituciones con el que Rivera empezó a encandilar hace unos años a decenas de miles de ciudadanos. 
Lo de Burgos y Palencia, aceptando encabezar sus gobiernos municipales siendo tercera fuerza política y con un número de concejales exiguo, empaña la trayectoria de una formación que parecía llamada a retos importantes, mucho mayores de lo que el propio Rivera pudo imaginar –hace ya 13 años– cuando tomó las riendas de Ciudadanos en su Cataluña natal. Las alcaldías de ambas capitales jamás debieron estar dentro de la negociación del futuro Gobierno de Castilla y León, hecha desde Madrid sin perspectiva local y sin el más mínimo tacto. Son cosas distintas, muy distintas. Es de primero de Barrio Sésamo: la negociación de la Junta debía ir por un camino y la de los ayuntamientos, por otro. Bien es cierto que a nadie puede extrañar a estas alturas que los partidos utilicen las instituciones como moneda de cambio, pero todo tiene unas líneas rojas. Cruzarlas para plantarse de pronto en  lo obsceno suele suponer un punto de no retorno, el que hace que la ciudadanía pase de mirar hacia otro lado aceptando cierto grado de podredumbre política a prestar atención a los hechos y decir que por ahí no pasa. Para el  lamentable espectáculo planteado para Palencia y Burgos eran necesarios al menos dos actores principales, se supone que dispuestos a lo que fuera, porque de lo contrario nada hubiera sucedido ayer. Unos, al atrevimiento de reclamar y aceptar alcaldías para las que ni han obtenido respaldo popular suficiente que les legitime ética y moralmente, ni disponen siquiera de equipo humano para gobernar. Otros, dispuestos a dejar que unas ciudades las gestionen personas sin experiencia y sin equipo si con ello logran un bien mayor, como parece el caso. Tanto Ciudadanos como PP se han equivocado de contexto. La ambición no es un pecado, es incluso imprescindible que existan hombres y mujeres con grandes aspiraciones, porque de su afán la mayoría de las veces surge un beneficio común. El pecado está en lo que hemos visto.