Carmen Hernando

Desde la campiña

Carmen Hernando


De vergüenza

17/07/2020

Imaginemos que estamos jugando, por ejemplo, al mus, y nos damos cuenta de que uno de los cuatro jugadores hace trampas, quedándose con un rey en la manga para la siguiente jugada. Le sacaríamos los colores, primero, y después evitaríamos volver a jugar con él a no ser que se comprometiese a no volver a hacerlo. Sin embargo, algunas cosas que no toleramos en el ámbito individual se dan en el estatal, con premeditación, alevosía, y lo que es peor: nuestro permiso. Estoy hablando de los paraísos fiscales.

Es verdad que la justicia condena al que evade impuestos en su país, si logra probarlo, pero el paraíso fiscal en sí no solo no es castigado, sino que algunos que amparan normas que propician estos abusos, como Suiza o Países Bajos, mantienen toda su dignidad e incluso nos miran por encima del hombro y del montón de dinero que van acumulando a nuestra costa. A costa de los impuestos que sí pagan los ciudadanos y empresas de a pie con mucho esfuerzo y que muchos ricos, delincuentes de turno e incluso reyes eméritos no aportan. Se ríen de nosotros, y lo consentimos.

Tengo claro que no es fácil acabar con estos privilegios, llámense ‘paraísos fiscales’ o algo más suave, pero también que querer es poder. Hay muchos instrumentos a nuestro alcance: los estados de este tipo que no están en la Unión Europea (Panamá, Samoa, Islas Caimán…) deberían sufrir un nivel de sanciones tan alto como para que no les compense seguir con estas prácticas. Y qué decir de nuestros socios europeos que nos minan desde dentro y a los que ni siquiera nos atrevemos a llamarles ‘paraíso fiscal’ (Luxemburgo, Irlanda, Países Bajos, Chipre o Malta)… a esto lo llamo yo robar. No entiendo cómo hemos transigido todos estos años con esta incongruencia, hablando de solidaridad, de políticas comunes… mientras fomentan la evasión de impuestos de ciudadanos y empresas (como Google, Amazon, Facebook o Microsoft). 

Pero la culpa no es suya. Es nuestra, de nuestros partidos políticos, de nuestro país y de todos los demás, por consentir esta inmoralidad y no hacer todo lo que está en nuestra mano para remediarlo. De vergüenza.