Pues sí, yo también quiero ser astronauta. Es una vocación tardía, porque no recuerdo que de niña tuviera ese sueño infantil. 

En realidad empezó a picarme el gusanillo a raíz de la obsesión de mi hijo con el Universo. Llegamos a comprar un telescopio para poder observar muchas noches la situación de los planetas, los cambios de las lunas de Júpiter o los cráteres de nuestra propia Luna. Unas veces desde la terraza de casa y otras desde los cercanos páramos (ventajas de vivir en el medio rural). Incluso teníamos controlada la trayectoria diaria de la Estación Espacial Internacional, donde, por cierto, se van a ir (¡qué envidia!) dos jóvenes castellanoleoneses, Pablo Álvarez y Sara García.

Jóvenes con mucho talento, pero seguro que muy trabajadores también. Formados en la pública, por cierto, y probablemente educados en un entorno sencillo, normal. Talentos que han salido de su país, pero que incluso desde la distancia ya están aportando mucho con su ejemplo y sus logros. Ojalá se siga hablando más de ellos y de otros jóvenes parecidos, que los hay, para que nos demos cuenta que en el mundo también ocurren cosas bonitas, se cumplen sueños y se premia el esfuerzo y la constancia.

Estoy convencida de que Pablo y Sara, (muy simbólica también esta paridad), aparte de sus capacidades y su dedicación, han contado con profesores como el arandino Sergio Calleja, que acuden a su trabajo para aprender y desaprender, pero siempre con la intención de que sus alumnos cambien el mundo.

Quizás desde allá arriba, en el espacio, viendo de lejos el planeta -todavía- azul, a gran distancia del ruido tóxico que nos aplasta a diario, sea más fácil cambiar el mundo. Porque hasta allí no llegan los voxes ni las monteros, ni las fifas o los catares, ni los voceros y voceras de lo surrealista y poco importante.

He empezado a soñar tarde con ser astronauta, pero creo que aún estoy a tiempo.