La primavera de 2022 nos está sorprendiendo con un fervor explosivo que no se está centrando solo en la naturaleza, algo ya esperado, sino también a nivel social.

Las agendas no dan más de sí con eventos y convocatorias. Han regresado, después de dos años, las romerías, procesiones, fiestas, encuentros, quintadas, concentraciones deportivas o peñeras. Se han recuperado los congresos, jornadas, inauguraciones. Proliferan los eventos culturales.

El verano climatológico que estamos disfrutando con bastante adelanto ha ayudado a esta explosión humana. Las calles y terrazas están llenas de gente en las ciudades y hasta  los pueblos se encuentran más animados que nunca. 

Hay ganas de vivir y, a ser posible, en modo grupal. Nos hemos olvidado de ese bicho que nos ha amargado durante dos años, incluidos los primeros meses de este 2022. En muchos aspectos parece que estamos en niveles pre-pandemia. Ni las subidas de precios que nos amedrentaron al principio están reteniendo una masiva necesidad de moverse, organizar, compartir y disfrutar.

Esta reacción acelerada de la humanidad puede ser perfectamente comprensible dado el tortazo que supuso la pandemia  y ojalá suponga esa recuperación económica tan deseada y necesaria. 

Aunque no puedo evitar preguntarme por cómo afectará la nueva era a los que quedaron muy debilitados. Si la terrible experiencia pandémica nos ha hecho de verdad mejores y más solidarios o seguimos como antes (o peor), asistiendo a un resurgimiento del egoísmo y la ambición.  Por ejemplo, se habla de aumento veloz y feroz de los precios de la vivienda, tanto comprada como en alquiler, lo cual huele de nuevo a inversión y especulación. Pero tener un techo donde cobijarse es para muchos una necesidad, ¿no?

En fin. Es 8 de junio, aún queda primavera por apurar y todo un verano cigarrero.  Lo iremos viendo.