A mediados del mes de marzo del año pasado dejaron de convocarse, de manera presencial, ruedas de prensa institucionales y privadas y comenzaron a sucederse, en las pantallas de nuestros ordenadores, los famosos Zooms que tantas anécdotas divertidas nos han dejado para el recuerdo. Pero si hay algo que ha sobrevivido a la pandemia, muy a nuestro pesar, son los llamados canutazos al aire libre, esos agolpamientos de cámaras y periodistas que suelen ver ustedes en la televisión generalmente alrededor de los políticos, esas concentraciones de más de seis personas que luchan por arrimar bien su micrófono para que el sonido llegue perfecto, esos abrazos por la espalda de los fotógrafos que buscan la mejor foto y ese calorcito humano que nos damos los unos a los otros en un momento en el que escasea el contacto con los nuestros.
Durante estos últimos meses he asistido a ruedas de prensa en lugares demasiado reducidos donde no existía más apoyo que el suelo, desayunos informativos en espacios cerrados y muchos muchos canutazos. He estado en ruedas de prensa de esas en las que el orador se quita la mascarilla no sé para qué, convocatorias con más aforo del permitido en muchos espectáculos, de esas en las que desfilan, uno tras otro, los invitados, los chóferes, los acompañantes y demás personas que, permítanme la grosería, poco pintan en época de pandemia.
Hay quien se niega a celebrar este tipo de convocatorias, por razones obvias, y quien las utiliza como fin social contra la soledad de quien habla y escucha al otro lado de la pantalla. Y digo yo, después de casi un año y medio, ¿no estaremos mejor en una sala de prensa, sentados, separados, que en cualquier sitio, de pie y arrejuntados?