Lo contrario a la libertad es una caja. 

El concepto de libertad ha sido ampliamente manoseado por pensadores a todas las escalas. Por ejemplo, Platón entendía que una persona es libre si sus deseos racionales dominan sobre sus deseos irracionales y determinan sus acciones. Dos mil años más tarde Kant le hacía honor considerando que «la libertad humana es concebida como una facultad de autolegislación, como la capacidad que tiene la razón de ser práctica, de darse leyes que orienten la acción moralmente». Engels, el 'segundo violín' de Marx, dijo: «…consiste en el dominio de nosotros mismos y de la naturaleza exterior».

Vemos que existe una preocupación reiterada a lo largo de la historia por el gobierno de uno mismo porque claro, ¿qué es lo contrario a tomar decisiones? Que otros las tomen por ti.  Si no que se lo digan a los más de 11 millones de seres humanos que viven presos en todo el mundo. Nosotros, los «autogobernados», los que hemos decidido decidir lo nuestro también tenemos grandes cajas. Si nos fijamos, vivimos en cajas, conducimos cajas para ir al trabajo y para quienes trabajamos en oficinas... ¡enhorabuena! También es una caja. Consumimos compulsivamente imágenes metidas en cajas y hemos conseguido difuminar el concepto de libertad hasta hacerlo parecer elevado, hasta hacerlo orbitar sobre nuestras rutinas y que parezca que lo hemos capturado.

Nos lo atribuimos como si nos perteneciera para después malograrlo, hacer uso de él valorando a quienes nos rodean metiéndolos en una u otra caja dependiendo de su inclinación política, sexual, su identidad o el dinero que tiene en su cuenta. 

No escatimamos en darle poder a la publicidad o a las redes sociales gastando nuestro dinero y nuestro tiempo en lo que éstas decidan que debemos gastarlo. Encontramos convulso el mundo en el que nos movemos y es agotador que cada vez parezca menos redondo y que en cambio se parezca cada día más a una caja enorme.