Malditos triples. Ya sé que no es consuelo y que voy a hacer un poco la cuenta de la lechera pero la media de nuestro Hereda San Pablo en triples es de un 36,5% de aciertos. Pues ante el Madrid, 7 de 38, un 18%. Manteniendo la media, habrían entrado 14. Vamos, que hubiéramos ganado el partido. Y sí, el partido fue malo en ataque, pero este Real Madrid al que no hay quien le tosa, no se pudo relajar hasta los minutos finales porque ¡ay si entra ese triple de Horton y nos ponemos a 6 a falta de 7 minutos!
Ir al Coliseum se ha convertido en un dolor de muelas para cualquier equipo, aunque seas el mismísimo líder imbatido de la competición. Y aunque los blancos dominaron el partido, no se fiaron ni un instante. Ante los de Peñarroya, confiarse es peligroso. Y a estas alturas lo saben todos. Es el precio, el peaje que hay que pagar por crecer, por estar arriba. Aquel equipo simpático que de la mano de su afición se ha ido ganando el respeto y la admiración del baloncesto en tiempo récord, ahora es un rival temido. Sigue siendo simpático, eso sí, y a falta de afición en las gradas, la simpatía la palpamos en unas redes sociales elogiadas por todo el mundo por su sentido del humor, creatividad y deportividad, pero la simpatía no oculta a un equipo serio al que no es fácil ganar ni aunque no tenga su mejor día. Y ahí nos tuvo el domingo por la tarde creyendo que era posible casi hasta el final. Escucho a Laso referirse al Coliseum como un campo muy difícil y me siento orgullosa porque ni en mis mejores sueños me hubiera imaginado hace sólo unos años tener a un equipo que juega de tú a tú con quien se ponga por delante, sin complejos. Y me gusta que los jugadores sigan aplaudiendo a la grada aunque siga vacía, y que siga ese vínculo mágico entre equipo y afición que ojalá se vuelvan a encontrar pronto, aunque sean 500 como proponía el jefe de la ACB, Antonio Martín. Con su aliento igual alguno de esos triples habría ido dentro.