Se va consumiendo este 2020 que ha resultado ser un fraude de año. Amenazador, siniestro, caótico, complejo… Nos ha robado libertades, ha frenado en seco ideas, negocios, iniciativas. Ha minado nuestro carácter gregario y hasta la ilusión. Nos ha hecho sentir culpables individual y grupalmente.
Ha sacado como nunca a la luz lo mejor y lo peor de nosotros, ha identificado a los solidarios y a los indiferentes, los generosos y los egoístas, los que no han escatimado esfuerzos por salir adelante y los que han aprovechado la oportunidad para hacer menos… o nada. Ha puesto a prueba la capacidad gestora de los que nos dirigen y el conocimiento y la velocidad de reacción de la Ciencia.
Hemos suspendido como humanidad en muchos aspectos. Bueno: ha suspendido una parte de la humanidad; como siempre. Porque la otra se ha sacrificado personal y colectivamente, ha afrontado el dolor y la incertidumbre, está aguantando estoicamente todos y cada uno de los envites, ha investigado, creado y apoyado. 
A pesar de todos los problemas y sufrimientos, ha predominado el deseo de salir adelante, la necesidad de no rendirse, la disposición a rebelarse, la esperanza en recuperar el futuro. Me pregunto cómo serán las uvas de 2020. Obligados a celebrar en estricta minoría. Sin planes de bailes ni música. Con hogares ‘tocados’ por el miedo o el duelo. Probablemente brindaremos, escucharemos las campanas y realizaremos el ritual, como siempre, ¿por qué no? Pero a lo mejor afrontamos la entrada en 2021 un poco de medio lado. En plan… vale, majo, a por ti vamos, pero… a ver qué nos das; déjanos respirar un poco. 
Las uvas de 2020 van a ser tan raras como él mismo. Sin embargo… no vamos a permitir que se nos atraganten.