Andan nuestros munícipes enredados en un debate sobre la conveniencia de aprobar un segundo plan de rescate para los pequeños empresarios. Hay que agradecer su abnegación y dedicación, pero creo que es obligado recordarles que estas ayudas no son necesarias. ¡Nuestros pequeños empresarios son multimillonarios! Es la razón de fondo por la que se proponen nuevas ayudas cuando aún no se han abonado las primeras. No por la incapacidad municipal, como argumentan las malas lenguas, sino porque no las necesitan. Por esa misma razón otras administraciones hacen lo que Poncio Pilato. 
Existe una microscópica diferencia entre estos empresarios y nuestros políticos. Los primeros cierran por orden de la autoridad -la que sea- y desde ese día comen del aire. Los segundos no tienen esa adaptabilidad darwiniana y necesitan el sueldo público. Por eso el concejal de Hacienda se enfada cuando los funcionarios tardan en tramitar sus pagas; o los parlamentarios que nos representan cobran hasta las dietas -casi 2.000 euros al mes-, aunque se hayan quedado meses en sus casas; o algún que otro concejal factura trabajos para su partido a través de ayudas municipales. Ya saben ¡todo queda en casa!
Otro colectivo que no necesita rescate es el de los trabajadores en ERTE. La Junta, pensando en darles un merecido entretenimiento -estar en casa sin hacer nada tantas horas resulta decepcionante-, promovió enormes colas para, al final, conceder 500 euros a 1.500 solicitantes y dejar fuera a otros 5.000, que, según todos los indicios, también son millonarios.
Tengo entendido que la Facultad de Económicas ampliará el temario con la asignatura Sobrevivir con el negocio cerrado, sin trabajo y sin ayudas, mientras el departamento de Química Orgánica ha iniciado una investigación para averiguar el proceso por el que trabajadores y pequeños empresarios bailan bajo el diluvio cuando les despiden o cierran sus negocios, porque son capaces de desarrollar una especie de metamorfosis que les convierte en gallinas ponedoras de huevos de oro.