Seguro que muchas veces han oído decir eso de que el tamaño no importa. No hagan caso, casi siempre importa, para bien o para mal. Pero en esta sociedad del siglo XXI en la que vivimos hay algo que importa mucho más, la imagen. El envoltorio de las cosas es algo que a menudo resulta definitivo a la hora de encarar o enjuiciar. La proyección de una organización política, económica o social y su recibimiento por parte de los ciudadanos tiene mucho que ver con lo que transmite a primera vista. Aunque a veces estos prejuicios son erróneos, la oportunidad que se pierde raramente vuelve a presentarse.
En estos momentos quiero contraponer dos colectivos que fluctúan en su reconocimiento social. Por un lado están los políticos, colectivo que difícilmente puede estar más denostado que ahora. Su imagen, ganada a pulso, es totalmente negativa entre los ciudadanos y cada vez hacen más méritos para que su imprescindible labor se vea como algo que lastra a toda una sociedad. A veces es injusto y cuando superas el caparazón de algunos políticos encuentras personas sensatas, serias, trabajadoras... pero cuando en alguan ocasión se me ocurre expresar esto en voz alta me lanzan todo tipo de improperios. Nadie me cree, ni siquiera amigos o conocidos.
El otro colectivo son los empresarios. A pesar de que en ocasiones han sido mal vistos e incomprendidos, creo que en estos momentos su valoración está al alza. Muchos trabajadores muestran orgullo por su empresa, en muchos casos familiares, micropymes o autónomos. La solidaridad, la lucha, el trabajo y la valentía de muchos hombres y mujeres en seguir adelante con sus proyectos y en mantener el empleo y crear riqueza está dando frutos y empieza a ser reconocido.
Eso sí, en todos los colectivos hay excepciones. No me hagan trampas.