Juan José Laborda sostiene que la democracia es el sistema político más imperfecto, pero es el único que no inspira temor a los gobernados. Estoy de acuerdo con la aseveración del expresidente del Senado, pero me preocupa, como al resto de conciudadanos, la pésima gestión de los votos emanados de las urnas. No deberíamos tener miedo, pero sí precaución y mucha preocupación ante unos políticos que están perdiendo desde hace tiempo el norte y poniendo en jaque el sistema constitucional y la propia democracia.

Votar es un derecho, todos los sufragios cuentan y son expresión de esa libertad conquistada y de la voz del pueblo, pero ya no tengo tan claro que nos esté permitiendo elegir efectivamente a los mejores y más convenientes gestores y representantes de la soberanía popular porque los partidos están demostrándose incapaces de dialogar, de llegar a acuerdos y consensos que permitan blindar esa democracia, dotar de estabilidad a las instituciones y, sobre todo, de resolver de verdad y con pragmatismo los problemas.

Me inspira no poco temor esa manipulación intelectual, emocional y propagandística de los partidos para convertir ideologías y credos en pensamientos únicos y dogmas de ciega fe, perpetuando privilegios y regalías. La desmemoria de la Transición, esa grave deriva política hacia el cesarismo, la tiranía y el despotismo partidario está siendo un estupendo caldo de cultivo para el extremismo, el frentismo, el atrincheramiento y la polarización política. La razón, el sentido crítico, el discurso y el argumento... están siendo sustituidos por la sinrazón, el insulto, la descalificación, la imposición... 

Lo más preocupante es que estos comportamientos están calando en el tejido social. En la calle también está haciendo mella ese populismo barato que enlaza la manipulación emocional con la intelectual para imponerse ideológicamente, demonizar y exorcizar al que piensa distinto, se muestra crítico o, simplemente, no comulga con tus ideas.