Belén Delgado

Plaza Mayor

Belén Delgado


Dudas

01/02/2021

La salida del poder del loco del flequillo naranja imposible, Donald Trump, ha vuelto a dar visibilidad a su antecesor, Barak Obama. El sábado concedió una entrevista a una emisora de radio española. Desde la tranquilidad del más allá en las responsabilidades públicas, el primer presidente negro del Imperio se dedica ahora a hacer caja con sus memorias, mientras proyecta su sombra en forma de lúcidas reflexiones sobre todo lo que ha pasado. Y de lo que le gustaría ayudar a que pasara con su delfín, Joe Biden, ahora en el Despacho Oval. De sus palabras, me llamó la atención la falta de certezas. Una supone que, cuando te eligen para sentarte en el sillón más poderoso de la Tierra (tanto que podrías destruirla con apretar un botón rojo), es porque irradias ideas claras y hojas de ruta cerradas.
Pues no fue el caso de Obama. Ni siquiera el Premio Nobel de la Paz preventivo (se lo dieron cuando no llevaba ni diez meses en la Casa Blanca por cosas que después nunca hizo) le despejó las dudas de lo que hacía. Ayer dijo cosas como que «siempre desconfío del líder que no duda nunca». Que a veces «he triunfado a pesar de mí mismo, pero dejándome aconsejar». Y confesó que incluso su lema ‘Yes, we can’, la frase más efectiva en la historia de la política, se la copió en realidad a un líder sindical latino, César Chávez (nada que ver con los bolivarianos). Escuchándole, suenan sinceras las dudas y contradicciones de sus acciones. Pienso en quien le sucedió. Un tipo desabrido, probablemente con dificultades de comprensión, al que no le cabía ninguna duda en nada. Porque solo había una realidad: la que él certificaba.
Cuanto más complejo se nos hace el mundo actual más huecas nos llegan las explicaciones de lo que ocurre. Cuanto más nos acogotan los miedos, porque nos jugamos la pura supervivencia colectiva, más triunfan los ‘iluminati’ que tienen respuestas para todo. Dudar tiene mala prensa. Pero exige mucha más reflexión y conocimiento. Las certezas absolutas no necesitan un máster. Y, cuando no hay grises, los caminos y las soluciones extremas asoman. Ya sólo faltan en el escenario los locos del flequillo naranja imposible para ponerle cara al culpable de nuestros males y empezar la cacería. Que ningún laboratorio canalla invente nunca la vacuna contra la duda.