Roberto Peral

Habas Contadas

Roberto Peral


Soñando con besos

26/04/2021

No es que se nos haya pasado por la cabeza ponernos a besuquear a una desconocida en medio de la calle, porque aún conservamos algo de decoro y no están los tiempos como para entregarnos a efusiones físicas con no convivientes sin comprobar antes su cartilla de vacunación. Pero, en nuestra ingenuidad, soñábamos con que el final del estado de alarma se pareciese un poquito a aquella vieja fotografía de Alfred Eisenstaedt en la que un marinero y una enfermera se besan con ardor en la neoyorquina Times Square en medio de una multitud eufórica que celebra el término de la Segunda Guerra Mundial.
La cosa, si damos crédito a los informativos, no va a resultar tan catártica, ni mucho menos, y en ningún modo igual de divertida. Ni siquiera, la verdad sea dicha, estamos muy seguros de que el Gobierno vaya a mantener su intención de suspender el 9 de mayo el régimen excepcional que nos impuso en octubre para intentar contener los efectos devastadores del coronavirus; pero, por si los guardias, muchos gobiernos autonómicos, que siguen señalando nuestra inveterada inclinación por las tabernas como una de los principales causas de propagación de la enfermedad, ya han advertido a los empresarios del ramo que se olviden de tener los bares abiertos tras caer la noche y andan escudriñando en el vacío normativo que puede abrirse a partir de esa fecha en busca de herramientas legales que les permitan seguir acotando nuestras libertades.
Una vez más, la tropa de a pie no sabe muy bien a qué atenerse, debido a que los poderes públicos se empeñan en no ponerse de acuerdo a la hora de defendernos de la crisis sanitaria. Descorazona que el rifirrafe político nos impida discernir si el fin del toque de queda y la apertura de las fronteras interiores pueden resultar decisiones sensatas a la vista de los acontecimientos, tal y como defiende el Gobierno, o una maldita temeridad, según sostiene la misma derecha que antes criticó cada prórroga del estado de alarma. Si uno de esos misteriosos expertos que andan asesorando a nuestros dirigentes nos pudiese explicar de forma inteligible qué demonios está pasando, a lo mejor hasta le dábamos un beso.