Esther Alonso

Ser o Tener

Esther Alonso


Pequeños y medianos afortunados

08/03/2023

Si ha habido una palabra que ha recogido la realidad del tejido productivo español, esta ha sido el acrónimo pyme. Las pequeñas y medianas empresas lograron, desde que se acuñara este término, hacerse merecedoras del cariño que siempre despierta la fragilidad de lo pequeño, consiguiendo, además, mostrar que los pilares de la economía de un país no tienen siempre forma de pata de gran elefante blanco. 

Como en el caso de las pymes, la mayoría de la sociedad española está también conformada por pequeños y medianos ciudadanos que, a veces, son pequeños y medianos trabajadores, y otras, pequeños y medianos pensionistas, pequeños y medianos funcionarios o pequeños y medianos desempleados. No se trata de la tradicional clase media ya prácticamente extinguida, es algo nuevo, y aunque para ellos aún no se han forjado unas siglas que los agrupen y los definan, lo cierto es que todos se mueven en la franja que queda entre los márgenes de lo macro y lo micro, procurando, no obstante, destacar de entre sus iguales para avanzar de menos a más. 

Desde el ángulo donde se sitúan los micro, siempre se observa con desconfianza lo que sucede aguas arriba del río, asegurando, injustamente, que la orilla solo puede alcanzarse haciendo trampas. Desde el margen macro, no obstante, se mira con el mismo recelo a quienes habitan en el país de lo muy muy pequeño, opinando, injustamente también, que quien no sale de allí es porque prefiere vivir antes de los subsidios que de su trabajo. Unos y otros creen, casi siempre, que el impostor es el otro.

Luego están los del medio, esa gran mayoría que se mantiene entre ambos márgenes, aunque el viento de cara de los impuestos se coma unas décimas porcentuales de su nómina el año que la suerte le acompaña con una pequeña subida salarial; aunque la niebla invernal de la Sanidad le mantenga en las listas de desesperación del Sacyl, porque lo del seguro de salud privado es un lujo; aunque las piedras de granizo hayan decidido responsabilizarle de la inflación castigándole con el encarecimiento de su hipoteca. Mirando a ambos lados, sintiendo, una vez más, que, mientras la tormenta no consiga derribarlo, puede seguir sintiéndose afortunado.