Martín García Barbadillo

Plaza Mayor

Martín García Barbadillo


Horizonte

05/09/2022

Después de más de un mes por esta provincia, sin pausa y sin salir de ella, paramos aquí. Y paramos porque es la propia provincia la que regresa a su otro estado, la que en apenas un parpadeo se ha vaciado como en otro parpadeo se llenó hace unas pocas semanas. En más o menos treinta días, este territorio ha sido el escenario en el que decenas de miles de personas han podido disfrutar de casi todo lo que uno puede pedir a un verano; gente de aquí, o con orígenes aquí, que ha regresado como cada año a elaborar los recuerdos futuros de su verano, a vivir las fiestas de su pueblo y de los que se le pusieran por delante, a encontrarse, a hacer cosas por primera vez, a enamorarse (o enrollarse) en una verbena, a vibrar en un festival, a jugar al fútbol en la plaza, a hablar a la fresca con las vecinas o a merendar en la bodega. 

Hace unos días, si uno atravesaba cualquier pueblo se topaba con coches por doquier, ciclistas, niños con la camiseta del Athletic, paseantes incansables con hambre de campo, alguien con pantalón de buzo yendo o viniendo de su huerta, cuadrillas en la terraza del bar… Se daba de bruces con el verano burgalés. Ahora apenas quedan los habitantes fetén y los jubilados que alargan la temporada, si las visitas médicas se lo permiten, hasta que el invierno empieza a morder. Y qué pocos son, qué vacía está la España vacía.

En este tránsito abrupto, le entran a uno ganas de retirarse a pensar, en plan filósofo antiguo o anacoreta. Para meterme en el papel, subí a Tejada (entre Lerma y Silos). Allí hay un monte con unas enormes antenas de comunicaciones desde el que parece que se divisa todo el mundo conocido. Por el sur se atisban como un telón dibujado en el horizonte las montañas cercanas a Madrid; por el este, sabinares sin fin, el San Millán y después lo que parece la Cordillera Cantábrica; los aerogeneradores cercanos a Burgos por el norte y el horizonte plano del cereal que se junta con el cielo al oeste. Y desde allí, a la hora ya temprana en la que se pone el sol, uno no siente nostalgia del verano, más bien tiene ganas de abalanzarse hacia el horizonte del otoño y seguir rulando por esta provincia, a ver que se encuentra uno.

Si no va, se lo perderá.