Vladimir V. Laredo

Petisoperías

Vladimir V. Laredo


Comunicando

22/09/2021

Tratando de aprovechar lo poco que nos queda, o más bien quedaba, de verano, distraigo las horas, como ya les he comentado, en mis caminatas por las zonas verdes de esta ciudad, que no son pocas. Lo bueno de pasear sin rumbo o con un rumbo prefijado pero flexible es que puedo dedicar estos ratos a aclarar, ordenar y clasificar las pocas ideas buenas que revolotean por mi cabeza. Y no, hoy no voy a hablarles de los árboles talados ni de las ardillas traicioneras, no. Hoy me voy a centrar en la gente. La gente, como generalidad. ¿La gente que ya no recuerda que se camina por la derecha? Podría ser. ¿Los peatones que caminan por el carril bici y los ciclistas que van por todas partes menos por el carril bici? A lo mejor. Pero a lo mejor no, porque eso ya se lo he contado otras veces y tampoco es plan el repetirse.

Hoy quiero hablarles de la comunicación entre la gente, entre las personas. Volvía del camping anteayer, a mis cosas, cuando poco a poco fui alcanzando a una pareja de mediana edad (vamos, algo más mediana que la mía) que iban también paseando por delante de mí. Iban a un paso lento, juntitos, como van las parejas de bien, creí que observando el paisaje, casi estorbando. Pero según me acercaba, vi que ambos hablaban por el teléfono móvil, cada uno con el suyo, ella en su mano derecha, él en su mano izquierda, pegaditos. Como la vieja del visillo, me mantuve a una distancia prudencial, la justa para oír sin escuchar. Y durante un buen rato parecía que estaban hablando entre ellos. Él callaba, ella hablaba. Ella decía, él respondía. Y así se pegaron un buen rato, hasta que el aburrimiento y la decencia me empujaron a adelantarles. Y cuando lo hice entendí que hablaban con otras personas que no eran ellos.

El caso es que según avanzaba, me crucé con muchos más, y todos llevaban el móvil o en la mano o en la oreja, o miraban la pantalla absortos, sin hacer caso al resto de los mortales, ni siquiera a sus mascotas. Solo algunas personas mayores, como galos irreductibles, se resistían al influjo del aparatito de marras. Y daba qué pensar, la verdad. Era como un Matrix de bolsillo. Fíjense cómo sería la cosa que quise sacar una foto de lo que veía. Y menos mal que llevaba el teléfono encima, que si no...
                              

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