Jesús de la Gándara

La columnita

Jesús de la Gándara


Alegrías

27/09/2021

V uelta al rito, sigue la vida. Septiembre sazona el verano llenándolo de otoños, de dulces, uvas, higos, mermeladas, para pasar el invierno en espera de los primeros verdes de la primavera. Aplicado a personas y sociedades otoño es madurez, sazón y auge de la vida, y a ese trance, le conviene la alegría. La alegría es brújula para salir con fortuna de las encrucijadas de la vida, lima para que los vidrios filosos de la existencia nos laceren menos, condimento para que las cosas buenas sepan mejor. La salud, la seguridad, la satisfacción que tanto echamos de menos, si las aliña la tristeza no son nada, cuando las anima la alegría son la esencia de la vida. Por eso, a esta etapa tan compleja de la existencia humana le conviene la alegría. Tras las grandes catástrofes sanitarias, epidemias, pestilencias, hecatombes, siempre vinieron periodos de euforia, de exaltación emocional, todo hacia arriba y hacia fuera, no siempre con suficiente fundamento. Por eso, más que euforia, necesitamos alegría. Claro que si miras al mundo, a Europa, a España, a nuestras castillas y extremaduras, a nuestros burgos viejos e instituciones debilitadas, la cosa no está para muchas risas. Que si empiezas por la corona, sigues por el gobierno, autonomías, servicios y acabas en nuestras propias casas… no es que sean tristes, es que están entre la inutilidad y la carencia. En fin, que en estas encrucijadas tan complejas, tan riesgosas de la vida, cuando parece que la cosa tiende a bueno, hay que hacerse cómplice de la alegría. 
Ahora bien, como sé bien que las grandes palabras del diccionario humano -Libertad, Democracia, Salud, Felicidad, Alegría-, dichas en singular y con mayúscula son perfecciones inalcanzables, mejor conjugarlas en plural y con minúscula. Mejor que la alegría eufórica debemos buscar las alegrías menudas. Alegrías de cada cosa que hacemos, de cada día que nace, como flores pequeñas en los páramos tristes, o las sonrisas sutiles tras las severas mascarillas. 
Pero las alegrías son volubles, o las pillas al vuelo o se van volando. Hay que captar y valorar las alegrías menores, hacerlo como rito y costumbre, como hábito que si hace al monje. Eso es lo que conviene ahora, no euforias desmedidas ni lamentaciones estériles, sino pequeñas alegrías nuestras de cada día. Prometo dedicar a eso esta columna. A ver si lo consigo.