Roberto Peral

Habas Contadas

Roberto Peral


Burbujas

19/10/2020

Qué tiempos aquellos en los que todavía gastábamos pantalón corto y nos afanábamos con pueril empeño en hacer estallar las burbujas de ese plástico de embalar que a los niños (y no tan niños) de hoy en día todavía les produce un torrente de satisfacción psicológica, con sus cientos de alveolos pendientes de detonación. Ya mayores, nos hemos resignado a sufrir la onda expansiva de otra burbujas menos inocentes que explotaban entre las manos ávidas de los especuladores, como la tecnológica, la inmobiliaria y la financiera, y nos siguen llegando noticias inquietantes de otras tantas que están ya reventonas, como la de las energías renovables o la que atañe al colosal negocio del fútbol.
En estos días negros de pandemia y desolación, la burbuja que se asoma a las portadas de los periódicos no tiene que ver con precios desorbitados ni con un crecimiento desmesurado de la demanda en los mercados, sino con las nuevas fórmulas de convivencia a que parece abocarnos la vertiginosa propagación del virus en su segunda ola. Las autoridades europeas caminan hacia el establecimiento de los llamados “hogares burbuja”, y todo parece indicar que habremos de renunciar a las relaciones sociales, a los amigos que tanto nos confortan en los momentos difíciles, pare reducir nuestra compañía al ámbito más íntimo de cohabitación. Lo cierto es que las circunstancias van estrechando día a día el cerco que se cierra sobre nosotros, y a uno se le viene a la cabeza, esta vez con espeluzno, una gazmoña película de los años setenta en la que John Travolta encarnaba a un niño desprovisto de defensas inmunológicas que crecía encerrado en su casa, sin salir de un cuarto esterilizado y envuelto en plástico que lo protegía de las amenazas exteriores.
Lo más aterrador de este previsible aislamiento es que no sabemos si las nuevas cautelas que habremos de adoptar tienen una condición coyuntural o, por el contrario, determinarán de forma permanente nuestra manera de afrontar la vida. Lo que de momento parece seguro es que las burbujas del cava que descorcharemos en las próximas navidades, antaño signo compartido de alborozo y esperanza, van a sonar insólitamente mustias.