Martín García Barbadillo

Plaza Mayor

Martín García Barbadillo


Sin ánimo de ofender

22/03/2021

La pasada semana dos políticos, uno nacional y otro local, salieron en todos los papeles cubriéndose de gloria. Se pusieron en una situación sonrojante porque no emplearon ni una fracción de segundo en pensar antes de hablar, cosa que por otra parte es común en su gremio. Pero, incluso para ellos, hay límites.
El primer incontinente verbal fue el diputado en el Congreso Carmelo Romero. Durante la intervención de Íñigo Errejón referente a los problemas de salud mental derivados de la pandemia, el susodicho grito desde su escaño, con tono macarra, «Vete al médico» al parlamentario de Más País. Desconozco si Romero ha formulado muchas preguntas parlamentarias o es muy activo en las comisiones, pero en ese momento, tal vez repantigado en su asiento, le salió del alma el exabrupto, como si estuviese en una partida de póker con su cuadrilla u orinando en una noche de excesos en una pared con cuatro colegas. Probablemente se decepcionó cuando el hemiciclo no se partió la caja con su ocurrencia.
El segundo fue el diputado provincial Ángel Guerra. En el transcurso del debate (telemático) en la última Comisión de Hacienda «mandó a la cocina» a la socialista Carmen Miravalles, según recogía este periódico. En este caso sorprende que Guerra, que lleva en la Diputación más o menos desde el Jurásico, no haya podido adquirir en todo este tiempo recursos dialécticos algo más sofisticados o, al menos, cierta templanza.
Lo mejor, o lo peor, vino después, con las disculpas. Empujados por las circunstancias, y por el partido (PP), el primero pidió perdón a Errejón y reconoció, con bastante autoindulgencia, que había sido «una frase desafortunada». Guerra por su parte, junto a excusas peregrinas, se limitó a pedir disculpas a su oponente «por si se ha podido sentir ofendida con la expresión utilizada», en un razonamiento delirante que prácticamente pone la culpa en la víctima: usa una expresión claramente ofensiva, empleada con esa intención,  y si le molesta a alguien es porque es muy sensible. Con lo fácil que hubiera sido decir: «Le pido por favor que me perdone, me comporté como un auténtico bárbaro».
Ambas situaciones indican lo lejos que está la política y sus protagonistas de la vida real. ¿Acaso se imagina usted a alguien haciendo eso mismo en una reunión de trabajo? Yo no. Evitar ese comportamiento es un conocimiento tan básico como saber, siguiendo con mi deriva escatológica, que uno no se tira un pedo si viaja en un ascensor con gente (y sin ella tampoco, por si alguien duda); lo sabe hasta un niño de cinco años. Sin ánimo de ofender a los niños de cinco años. En ese nivel estamos. Salud y alegría.