María Jesús Jabato

Señales de vida

María Jesús Jabato


Treinta y muchos

22/07/2022

En Burgos hablamos mucho del tiempo, del mal tiempo, se entiende, porque parece que cuando hace frío no se puede hablar de otra cosa que no sea el frío, pero llevamos un par de semanas al borde los cuarenta grados y también ahora hablamos del mal tiempo, o sea, del calor, aunque nunca llueve a gusto de todos, y hay quien se siente a gusto bajo esta lluvia de fuego africano.

Hay gente pa tó, como dijo El Gallo cuando le presentaron a Ortega y Gasset y supo que era filósofo. La cuestión es que las altas temperaturas han sido noticia estos días, y los meteorólogos dicen que atravesamos una ola de calor, y los científicos, que es el vaho ardiente del cambio climático, seguido del bla, bla, bla, de que ya lo habían advertido.

Siempre ha habido veranos calurosos en Burgos, que es zona de clima continental, y se han ahogado los sofocos sin tanto bullebulle, con el abanico y el botijo, pero los treinta y muchos grados de ahora se nos presentan como una especie de terrorismo climático, como un apocalipsis de jinetes en llamas largamente anunciado por los profetas del efecto invernadero. Y algo de razón deben tener, porque arden los montes sin control, y aparece el lobo y diezma rebaños con el acero de sus colmillos, y se hace la estadística de quienes mueren por golpe de calor y por otros golpes, porque ahora todo se cuenta para dar cuenta luego y que nos vayamos enterando.

Pero decimos que siempre ha hecho calor, mucho calor en el verano rubio de Castilla, y siempre ha habido golpes de calor, y ahí está la intrépida Emilia Pardo Bazán para dejar constancia de ello en la ficción de Insolación, aunque el efecto del sofocón solar de la protagonista fue una pasión arrebatada que escandalizó a los lectores de la época.

Son cosas de este calor del demonio, que todo lo enciende con su llama satánica, cosas del demonio que estos días, sin duda, pasea por nuestras calles, se sienta en nuestros bancos y bebe de nuestras fuentes, porque Satán aparece cuando los termómetros suben de treinta grados, al menos en Moscú, al menos en la mente de Bulgakov, al menos en El maestro y Margarita, una novela que ni pintada para estos días de treinta y muchos: «A la hora de más calor de una puesta de sol primaveral…»

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