Rosalía Santaolalla

Sin entrar en detalles

Rosalía Santaolalla


Burbujas

24/09/2020

Lo de los grupos reducidos de convivencia algunas ya lo hemos estado practicando durante el verano (quien tiene un amigo con terraza tiene un tesoro) pero claro, ya no hay vacaciones y hay trabajo, hay clases, extraescolares (las hay, aunque no sea en los colegios), qué remedio que atravesar de nuevo esas barreras con cuidado. Quien no sale de las líneas que ha trazado a su alrededor es la clase política de este país, que vive en su burbuja adornada por dos docenas de banderas y que se mantiene dentro de una cápsula en la que seguro que alguien les dice que lo están haciendo muy bien. Y a lo peor se lo están creyendo. 
Ya no vale pensar que el que venga detrás tendrá que arrear. Ahora hay que tomar decisiones, por impopulares que sean. Algunas incluso llegan tarde: hace años que muchos llevan advirtiendo de las razones por las que ahora cuesta encontrar médicos. Pero da la impresión de que a muchos gestores (en esta comunidad autónoma tampoco se han salvado de esto) les pasa como a mi abuelo que, en palabras de mi madre, era sordo de conveniencia. Solo escuchaba lo que le apetecía. Estos días me he acordado de él, que practicaba su sordera selectiva mientras se echaba la cuarta cucharada de azúcar en el café -y sorbía la taza para hacer sitio a una quinta- cuando he asistido a los esfuerzos del sector de la Cultura y los eventos para que el ministro Rodríguez Uribes escuche, atienda sus necesidades y compruebe cómo lo están pasando cerca de 700.000 familias. Igual sucede ahora, que el Senado ha animado al Gobierno a que declare la Cultura ‘bien esencial’.
A no ser que se quede la cosa en un diálogo tan vacío como el protagonizado por Sánchez, Ayuso y sus banderas, que van a propiciar un diálogo de franca distensión que les permita hallar un marco previo que garantice unas premisas mínimas, que faciliten crear los resortes que impulsen un punto de partida sólido y capaz. Dentro de su burbuja no suena esta canción de Serrat. Y si suena, sonríen y se ponen otra de azúcar.