El medio rural se desangra, pero culpar solo y exclusivamente a los políticos por su ineficacia y desinterés sería una media verdad. Ocurre que en este asunto han tenido mucho que ver y lo siguen teniendo los agricultores y ganaderos de esos cientos de pueblos que se vacían a marchas forzadas. Ese conformismo y, sobre todo, el individualismo endémico ha sido y lamentablemente sigue siendo uno de los mayores frenos. Las nuevas generaciones de agricultores y ganaderos, aquellos que tomaron el relevo de sus padres, prometían cambios en esa mentalidad, pero solo era un espejismo. Con las fincas y la maquinaria, parece que han heredado también sus errores, divisiones e incluso esos viejos pleitos por un puñado de tierra. Los intermediarios, en este caldo de cultivo, se han hecho de oro. Ese valor añadido de las producciones agrarias se sigue quedando casi crudo en sus bolsillos por falta de esas asociaciones y cooperativas. No parece importar, tampoco en ese sector ganadero y agroalimentario, seguir vendiendo al por mayor, cercanos y lejanos mayoristas. Se rehuye de las marcas de garantía y de calidad, de las IGP y de las cooperativas de transformación y comercialización. En el sector de la madera ocurre tres cuartos de lo mismo. Se llevan los tablones de pino fuera por metros cúbicos y después compramos bancos, casas, muebles a precio de oro. Emprender en el medio rural no es fácil, pero tampoco imposible si hay unión. Por fortuna, hay aún algunos ejemplos, no muchos, por desgracia, de personas y colectivos implicados y dinámicos que están impulsando la vuelta a esa cooperación y a ese voluntarismo que nunca se debió perder. Hay que cambiar muchas mentalidades y fiar menos en las administraciones y más en la iniciativa privada y comunitaria para crecer y progresar en el medio rural.