Roberto Peral

Habas Contadas

Roberto Peral


Negarlo todo

14/09/2020

A uno, en ocasiones, le dan ganas de rebelarse contra la realidad e imaginar que todavía sigue de vacaciones en la playita, o convencerse de que es mentira que noviembre ya esté a la vuelta de la esquina, o consolarse pensando que tampoco se está haciendo tan miserablemente viejo como le cuenta cada mañana el espejo. Pero se aguanta las ganas de decirlo en voz alta, claro, porque no le apetece que el personal lo tome por un chalado que carga contra verdades empíricamente verificables, como esos estrafalarios ciudadanos que sostienen ante quien quiera prestarles atención que el coronavirus es poco más que un vulgar resfriado, o aquellos otros convencidos de que la pandemia es la pantalla de una conspiración con que las oscuras fuerzas del mal intentan amedrentar a la población para imponer una dictadura planetaria.
No son, ni mucho menos, los únicos negacionistas que respiran a nuestro alrededor, pues los hemos conocido de toda laña: unos tachan de invención grosera la llegada del hombre a la Luna, otros se burlan del cambio climático y los hay que desmienten la violencia machista, el holocausto judío o la sangrienta represión perpetrada por el franquismo, según la monomanía de cada cual. Los más cachondos sostienen que la redondez de la Tierra es una paparrucha, que es algo así como refutar la ley de gravitación universal o tachar de fabulación la toma de Constantinopla por los turcos otomanos.
Con casi un millón de muertes provocadas hasta ahora por el virus, el negacionismo es una conducta estulta que pone en riesgo la salud pública, y ni siquiera podemos justificarla como un mecanismo inconsciente de protección frente a una crisis sobre la que no ejercemos un control real, que nos ha convertido en presas del miedo y siembra de incertidumbre nuestro porvenir. Quien no se sienta preocupado por lo que va a ocurrir en las aulas a las que enviamos estos días a nuestros hijos, ni se angustie al descubrir que a su suegro le ha subido unas décimas la temperatura corporal, o es un cretino o un malvado, y en todo caso padece una enfermedad para la que nunca se descubrirá una vacuna efectiva.