El nuevo año no da tregua. No hay día sin su afán. Ni bocachancla sin su momento de gloria. Apurada la primera semana de febrero ya nos hemos quitado del calendario el Carnaval y la Semana Santa. Miramos al verano con cierto recelo y quién sabe si volverá la vieja normalidad en vendimias o habrá que pedírsela a los Reyes Magos la próxima Navidad. Mientras esperamos que llegue nuestro momento tenemos que sufrir los rigores y ocurrencias de unos políticos empeñados en que no se olviden de ellos las letras de las chirigotas gaditanas. Ni las encuestas que los sitúan como una de las principales preocupaciones de los españoles. Ejemplos, a espuertas. Cerca de casa tenemos a los celtiñas del Bloque Nacionalista Galego, que han pedido la incorporación del Bierzo a Galicia. Ya ven, empeñados algunos en desmembrarnos por el noroeste y por el noreste, donde ubicamos el Condado de Treviño y los viejos anhelos del nacionalismo vasco de incorporar el enclave burgalés a su territorio. Más al Sur, en las andalucías, Franco, una diputada sevillana de Unidas Podemos, ha acusado a la monarquía hispánica de genocidio en el paraíso de Al-Andalus. Qué sería de nosotros sin los revisionistas y los que se encargan de juzgar la historia de hace más de 500 años con criterios de hoy en día.
Los albores de este 2021 nos han recuperado también una vieja pandemia de andar por casa. En Cataluña están de campaña y hemos vuelto a escuchar los cansinos discursos del independentismo. Dicen que van a votar el 14-F, pero hay un juez que todavía no ha dicho la última palabra. No sabemos si los candidatos se quedarán con la palabra en la boca y las promesas en la papelera. La Junta Electoral ha recibido un aluvión de excusas para no formar parte de las mesas electorales, hasta el punto de plantearse la posibilidad de reclutar voluntarios.
Este no va a ser un año bisiesto. Es el único consuelo. Nos ahorraremos un día de penurias y agotadores arengas, previsibles y ocupadas en seguir encorajinando al personal.