Isa Martín López

Plaza Mayor

Isa Martín López


Todo mal o el virus del miedo

25/08/2020

Un verano intenso como este deja una avalancha de reflexiones. Si hacemos balance antes de la vuelta al cole (otra papeleta gorda), les soy sincera si les digo que no sé por dónde empezar. Vaya por delante que como mi día a día discurre en Aranda DE Duero, provincia de Burgos, en Castilla y León (por si alguno no la tiene aún ubicada), la intensidad estival se multiplica. Hoy estamos en nuestro quinto día post segundo confinamiento y muchos seguimos sin entender las formas, porque los motivos sanitarios no soy quien para cuestionarlos. Que están bajando las cifras de contagio, sí, pero ahora la que ha enfermado de gravedad es la economía comarcal y hay que tirar todos a una para que no entre en la UCI.
Con esta situación, el nivel de crispación es elevado. Las múltiples interpretaciones de datos, la transparencia que más que aclarar crea equívocos y contradicciones, las posturas encontradas y las verdades o mentiras a medias están convulsionando a la sociedad. Promascarillas contra negacionistas, profesionales de la crítica con miras estrechas, politólogos de sofá, expertos sanitarios de terraza y comportamientos laxos con las medidas recomendadas (por favor, mascarilla siempre, distancia de seguridad e higiene de manos).
¿El tratamiento para aspirar a encontrar la virtud del término medio?: La información, pero con mayúsculas, profesional, elaborada, didáctica y pegada al terreno. Que conste que este año periodístico está siendo un reto para el sector, para que luego llegue un ‘alguien’ o unos ‘muchos’ y siembren cualquier cosa que redes sociales que se multiplica en el boca oreja, se tergiversa o magnifica.
Muchas y graves son las secuelas de la covid-19, pero el miedo me parece la más difícil de tratar. Señores, la salud económica y social depende de que normalicemos esta extraña forma de vivir. Tenemos que aprender a ser responsables pero no dejarnos paralizar por discursos agoreros. El virus está, como otros tantos, pero no puede monopolizar nuestra vida, convirtiéndola en un continuo miedo al bicho.