Antonio Pérez Henares

LA MAREA

Antonio Pérez Henares

Escritor y periodista. Analista político


La Sharia progre

25/10/2022

Puede producir, y produce, gran sorpresa que nuestras más enfebrecidas feministas, hasta pasarse de grados y alcanzar el "transtorno", no solo no combatan el integrismo islámico contra la mujer sino que le hagan pamemas y arrumacos a sus inductores. En general, el Sanedrín Progresista y su Santa Inquisición, sin distinción de sexos (el género es el humano), tienen estos y otros muchos compañeros de cama ideológica aparentemente inauditos. Últimamente, por ejemplo, está muy de moda el celebrar a los aztecas para criminalizar a los españoles.
Pero ¿cuál es el hilo que los une si aparentemente están en los extremos en pensamiento y doctrinario?. Pues resulta bastante simple. Todos ellos parten de una misma y esencial base. Están en posesión de la verdad absoluta. Una verdad, revelada por un dios o por quien sea, a sus profetas, que pueden ser una niña rabietas o un predicador de la telebasura, que puede por ello ser impuesta a todos y que es intocable, determinante y de obligado cumplimiento en todo cuanto hacemos y hasta podamos pensar. Tal verdad no puede ser contestada y ni objetada y no cabe ante ella sino la sumisión. De lo contrario serás declarado infiel, hereje o facha, que ya ha alcanzado tal categoría, y desterrado a las tinieblas exteriores, en el mejor de los casos, o a la lapidación o la hoguera, real o virtual, en el peor de ellos.
Los tentáculos del santo oficio, sus delatores, sus vigilantes y sus alguaciles, están por todas partes. Sobre todo ciernen el Gran Ojo y señalan como apestado y colocan el sambenito a quien ha incurrido en el delito de no cumplir su doctrinario. Da igual lo que sea, el lenguaje no correcto, las aficiones indebidas, las compañías no recomendadas y por supuesto la expresión de ideas que contradigan lo que ellos digan. Ya no se puede ni pensarlas casi. Nos imponen -la tiranía cursi no por serlo deja de ser una feroz dictadura- la censura y nos fuerzan a la autocensura.
Aunque sea para contestar a algo tan estrafalario, delirante y contrario a la vida y la biología, como prohibirnos decir que la Naturaleza, o sea la vida sobre la tierra en todas sus incontables versiones, utiliza los cromosomas para darnos un sexo diferenciado y complementario. Así los seres vivos, y nosotros lo somos, supongo, han logrado continuarse y seguir habitándola. Pues sepan que eso se ha acabado (en su dislate, claro) y que ahora podemos "autodeterminarlo" a nada de que hayamos dejado de balbucear "papa y mama" sin acento. Decir que una mujer es una mujer se está convirtiendo, aceleradamente, en una blasfemia sin que importe que al hacerlo se arramble y se desguace aquello que ha sido lo más trascendental de lo sucedido en la humanidad desde el Neolítico, la lucha por la igualdad y el positivo e impactante progreso de la mujer en las culturas y civilizaciones más avanzadas. Como lo es la nuestra.
La Santa Inquisición Progresista, nuestra particular sharia, sus ayatolas y sus guardianes morales, lo vigilan todo. Desde la más recóndita de nuestras intimidades hasta nuestra expresión más cotidiana. Y en todo encuentran falta y tacha. Aunque sea una canción ingenua, solo un poco gamberra, alegre y saltarina de cuando los ahora canosos y calvos aun teníamos pelos y nos peinábamos como nos daba la gana. La pusieron en un programa, una televisada se lanzó al ruedo y la cantó palmoteando como si hubiera sido su ayer y no tuviera un mañana. Se lo pasaban muy bien todos. Pero de pronto la canora cayó en la cuenta que había vulnerado un mandamiento, que contenía "palabras y pensamientos impuros" y cayó en la contrición inmediata. Hubo de dar testimonio de su fe y proclamarla y para evitar cualquier sospecha sobre su veneración por la doctrina señaló a lo que acaba de cantar y disfrutar gozosa como algo podrido, enfermo y mal envejecido. El mostrenco conductor del rebaño hizo sonar entonces su bovina esquila y cencerreó su adhesión al discurso exculpatorio. Y ya se consideraron todos perdonados y bendecidos por haber caído en la tentación de poner y cantar "Sufre mamón, devuélveme a mi chica".
La estupidez ha alcanzado tal extensión, tal grado de soberbia y tal capacidad de imposición que ya ha pasado a ser ya norma básica de comportamiento y de supervivencia.

 

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