Vivo unos días de un retorno permanente. Flotando entre el entusiasmo y la emoción, estoy recreando cosas que llevaba un tiempo eterno soñando con volver a hacer. Mientras escribo estas líneas pienso en los dos últimos días en los que los sentimientos han desbancado a las expectativas y las alegrías a los temores vividos. He vuelto, después de un año y medio separado de mi añorado Burgos por restricción y prudencia. He vuelto a abrazar a mi familia, a reír, a celebrar, a disfrutar con ella. Vacunado y feliz, he vuelto a casa. Y estoy disfrutando este regreso como un viaje iniciático con un montón de aprendizajes. Gozar de las personas que quieres y exprimir el tiempo con ellas como si fuese el último instante.
Acercarme a la ciudad donde nací, que conozco con los ojos cerrados, como si de un turista se tratara, descubriéndola por primera vez, como el que descubre con la percepción de un niño, para llenarme de visiones por si vuelve a haber algo que no me permita retornar enseguida. He tardado tanto en volver a lo mío, que he soñado con ello.
Por primera vez he sentido la llamada del arraigo, de la pertenencia. Haciendo patria en mi destino, ejerciendo de burgalés. Echaba de menos sitios, sabores y olores. Y he podido tornar en el mejor momento, cuando Burgos puede despertar, volver a festejar, en plenos Sampedros. No estamos de fiesta, pero sí. Va por fuera y por dentro, y noto esa alegría y esa necesidad en la calle y en la gente. Recupero aquí mi faceta de turista, de ver música en directo, de disfrutar de unas tapas, de reencontrarme con los amigos, de pasear sin mascarilla.
No se me ocurre mejor lugar. Así que hoy saldré a la calle para celebrar unos Sampedros diferentes con un objetivo diferente, acumular vivencias.
Los momentos memorables son lo que nos queda, lo que realmente importa y a lo que nos aferramos cuando todo lo demás corre el riesgo de venirse abajo. Lo acabamos de comprobar. Vivir para volver y volver para vivir. ¡Feliz Día de San Pedro y San Pablo, paisanos!
@RodrigoBurgosOr