Vladimir V. Laredo

Petisoperías

Vladimir V. Laredo


Ardillas

14/07/2021

Y a saben que yo soy de los que prefieren el frío al calor. Sobre todo, al calor extremo. Y lo hago sabiendo que siempre habrá quien suelte eso tan manido de «pues si tanto te gusta el frío vete a vivir al Polo Norte». Pues no. Si tan poco te gusta el frío a ti, vete a vivir a Sevilla en lugar de quedarte en Burgos. La cosa es que estamos en mitad de una inesperada ola de calor en pleno verano. Tan inesperada como una copiosa nevada en pleno febrero. Y dado que, insisto, soy de los que prefieren evitar la solana, aprovecho las primeras horas de la mañana o las últimas de la tarde para pegar alguno de mis proverbiales paseos o alguna de mis no tan proverbiales carreritas. Porque con la fresca todo me parece mucho mejor.
Sigo. El caso es que recuerdo que en otra ocasión les hablé de las fantásticas ardillas que habitaban el entorno del Paseo de la Quinta y Fuentes Blancas. Ardillas similares, en mi cabeza, a las Chip y Chop de los dibujos animados. Alegres, curiosas, traviesas. Ardillas rojizas tan acostumbradas ya al ser humano que ni siquiera se asustan al pasar a su lado, sea corriendo, sea andando. En alguna ocasión he visto a algún paisano dándole pan, o frutos secos, a alguna de ellas. Las he visto trepando por el tronco de los chopos, cruzando el fantástico paseo en que ha quedado convertida la antigua carretera del Camping, plantando cara a los perros que por allí pasean, e incluso he visto cómo le quitaban una bolsa de gusanitos a un niño al que amenazaban con lanzarle una piña si no les daba.
En fin, que últimamente en estos paseos y carreras que les digo, por si acaso, siempre me echo al bolso unas nueces o algún dulce, no porque sea un gordo, que un poco también, sino para asegurarme el paso franco por las zonas verdes de la ciudad. Porque a mí aún no me ha pasado nunca, pero el otro día, mientras corría, bueno, trotaba, por Fuentes Blancas, una de ellas se puso delante de mí, corriendo también. Si yo iba por la derecha, ella se ponía por la derecha. Si yo iba por la izquierda, ella se iba a la izquierda, cortándome el paso. Finalmente, se apartó, y se quedó ahí, mirándome amenazante, como si quisiera pedirme dinero, un cigarro o algo. Y yo no tenía nada.