Me pongo a darle a la tecla mientras de fondo suena un pasodoble del Noly en un invento que se ha sacado de la manga la radio autonómica andaluza para paliar la ausencia del carnaval de Cádiz. Como decía un amigo, metadona para los adictos al compás del 3x4. ¿Qué no saben de lo que hablo? Lo entiendo. A mí me pasaba hace no mucho. Veía en la televisión gente disfrazada y cantando con un acento incomprensible para mí y me parecía algo tan ajeno como el Día de Acción de Gracias de los yankees. Pero un día, dejando de lado los prejuicios y la ignorancia, escuchas -y entiendes- una letra de aquellas coplas y ves cómo un tío de Cádiz que no te conoce de nada ha descrito perfectamente algún momento de tu vida: tu primer amor, el beso de tu madre, la muerte de tu abuelo, el día que alguien te rompió el corazón... No hay ni pizca de gracia, como te habían vendido, hay vida. Pura vida. Nada más y nada menos.  

Quizá sea por ese pasodoble enlatado que llega desde Cádiz. O por el desesperante ritmo de la vacunación. O por el número de muertos que asumimos como si fuera algo normal, olvidando que detrás de cada cifra hay una historia. O por la constante bronca de políticos que ni siquiera ahora saben, quieren y pueden remar todos en una misma dirección demostrando, no ya su incapacidad como servidores públicos, sino si mezquindad como personas. O por esas ferias taurinas que van cayendo una tras otra ahondando en un drama en el campo bravo de trágicas e irrecuperables consecuencias para el Rey del campo. O por los bares que cierran sus persianas, llevándose los sueños y el sustento de tantas familias. O por los ruines e inmorales que utilizan sus cargos públicos para vacunarse cuando no toca. No sé el motivo. Pero cada vez veo más lejos la luz al final de ese túnel llamado pandemia. La paciencia se agota. Y la resilencia no sé casi ni lo que es. Aguantaremos, claro. Pero a saber hasta cuándo.