Roberto Peral

Habas Contadas

Roberto Peral


Música de cámara

28/11/2022

Han pasado ya cuarenta años desde que, en una entrevista televisiva, un joven Felipe González dejó caer que Memorias de Adriano era uno de sus libros favoritos, comentario que convirtió la novela de Marguerite Yourcenar en un inesperado éxito de ventas en España. Los tiempos han cambiado una barbaridad desde entonces: la literatura ha ido perdiendo peso en los currículos escolares, el personal cada vez lee menos y los políticos andan sumidos en un desprestigio creciente, de modo que, si alguna vez nos interesamos en nuestros días por los gustos de nuestros dirigentes en materia cultural, es porque el candidato del PP a presidir el país hace un ridículo espantoso al pretender citar a Orwell y su 1984 sin saber de qué demonios está hablando.

No le vendría mal a Alberto Núñez Feijóo leer de una vez por todas la novela en cuestión, pues propicia un debate sobre la sociedad de la vigilancia, la intromisión del poder en la esfera privada de los ciudadanos y el peligro de un desarrollo tecnológico descontrolado más pertinente hoy que nunca. Hace años que aceptamos como normal que las cámaras de videovigilancia nos apunten desde todos los ángulos, tanto en las calles por las que damos un paseíto como en los comercios donde compramos un par de pantalones o en las empresas en las que desempeñamos nuestro trabajo. En Burgos los instaladores autorizados se quejan de la proliferación de competidores desleales, a tal punto ha florecido el sector, y el Ayuntamiento (entendiendo acaso que la supuesta seguridad que ofrecen estos sistemas constituye un argumento que puede imponerse a todos nuestros derechos individuales) quiere seguir colgando cámaras por doquier, tanto da si se trata de los puntos limpios como de los vericuetos del casco alto.

La pandemia de la covid-19 ha provocado una nueva e inesperada vía de agua en nuestra ingenua aspiración a la privacidad: la multiplicación exponencial del teletrabajo ha despertado en algunas empresas la ambición de interferir en el ámbito íntimo por excelencia, nuestros hogares, para verificar a través de una webcam que sus empleados a distancia no se pasan todo el santo el día viendo La casa del dragón. Y el caso es que, de momento se les permite tal desafuero; será, qué le vamos a hacer, que el legislador tampoco ha leído a Orwell.