Roberto Peral

Habas Contadas

Roberto Peral


Seis años no es nada

02/11/2020

A fe que hubo de resultar edificante para algunos la reciente declaración pública del líder socialista regional, el burgalés don Luis Tudanca, quien deploró la algarada violenta provocada el viernes en Gamonal y sostuvo gallardamente que los revoltosos que quemaban contenedores y apedreaban a los agentes del orden que intentaban sofocar el disturbio no representan en modo alguno a la ciudad ni al barrio. Ocurre que muchos otros todavía nos acordamos de otra intervención suya, en el Congreso de los Diputados y a propósito de un altercado más grave registrado en las mismas calles, en la que el señor Tudanca defendió la dignidad de los alborotadores, que a su parecer de entonces habían impartido una «lección de ciudadanía» frente a la intolerancia policial. Y uno se pregunta si acaso para algunos la violencia solo constituye un recurso inaceptable en una democracia cuando gobiernan los que les parecen bien, o si por ventura don Luis ha experimentado una conversión semejante a la que vivió San Pablo tras caer de su cabalgadura cuando se encaminaba a Damasco.

Muchos, como hace ahora el señor Tudanca con la responsabilidad que le es debida, nos preguntamos qué demonios pretenden conseguir quienes destrozan airadamente el mobiliario urbano y amedrentan sin recato a sus vecinos, si están alistados en esta o aquella trinchera ideológica, y qué mecanismos intelectuales les llevan a concluir que pueden pisotear los derechos del prójimo para defender a pedrada limpia un arbitrio personal que en estos días se limita para intentar preservar las vidas de todos, incluidas las suyas. Y también estamos convencidos de que el feo episodio del viernes es, en parte, consecuencia del aura épica con que algunos medios de comunicación y determinados líderes políticos revistieron la revuelta de 2014, hasta convencer a los más necios de que romper la vidriera de un escaparate puede convertirse en atributo de una vida intrépida y honorable. Escribe esto uno porque empieza a detectar en algunas reacciones políticas, bien que todavía de forma disimulada, el mismo cariño complaciente que los camorristas lograron concitar hace seis años, y le atribula, por muy curado de espanto que esté, que siempre haya de existir quien pretenda alinearse interesadamente con quienes se ciscan en nuestras libertades.