María Jesús Jabato

Señales de vida

María Jesús Jabato


Perro a l'ast

13/05/2022

Acabamos de enterarnos de que nuestros antepasados de Atapuerca comían carne de perro y estamos a punto del desmayo. Aire, que nos den aire con el abanico, que nos acerquen un pañuelo de encaje con sales. Como a las damas antiguas, que salían de los desvanecimientos inhalando el mismo amoniaco con el que hoy se estimulan los deportistas. Así cualquiera vuelve del suspiro de más allá que es un vahído. La cosa es, decíamos, que el perro, el prestigiado y bienamado perro de nuestros días, sirvió de alimento a nuestros ancestros, y ya hay quien se siente culpable de tal brutalidad y poco faltará para que se organice un acto de desagravio canino, que si dicen ahora que los indios de América lo merecen por las atrocidades de los conquistadores, no van a ser menos los perros que vivían en feliz asilvestramiento en Atapuerca hasta que Miguelón y sus primos les echaron el diente.

Es sabido que el pez grande se come al chico y que el hombre se come todo lo que pilla, ave que vuela, a la cazuela, pero los perros también hacen de las suyas cuando tienen hambre y por eso dieron buena cuenta de la mula que encontró Don Quijote en Sierra Morena, aunque tuvieron que compartir su carne áspera, vieja y rugosa con los grajos, que la picoteaban, más que nada por armar barullo de plumas, porque el grajo prefiere saltamontes, caracoles y arañas.

Otra cosa es el halcón hembra al que el concejal de Medio Ambiente ha procurado una casita de protección oficial en una de las agujas de la catedral para que nos libre de las palomas, que se están poniendo muy pesaditas de tanto comer la miga bondadosa, aunque prohibida, del pan blanco de los jubilados. El halcón acaba con las palomas, a las que asustan con sus juegos urbanos los perros, porque los Miguelones no acabaron son la especie y ahí están, creciendo y multiplicándose como si el mandato bíblico fuera con ellos, y ya hay en Burgos tantos canes como menores de quince años. A este paso el perro acabará comiéndose al hombre, si es que queda alguno dentro de unos años, y se tomará la justicia por su mano, es un decir, vengando a sus antepasados que fueron menú de aquellos bárbaros de Atapuerca, que los insertaron en un palo y los asaron a fuego lento para matar su hambre desnuda, prehistórica y voraz.
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