De un tiempo a esta parte, la clase dirigente en general se ha instalado en lo que, en términos circenses, sería el más difícil todavía. Una especie de ejercicio de funambulismo en el que ya da igual la ortodoxia y la mínima decencia. Ya no sabemos si se entrenan para sorprendernos cada día sin importarles el dolor ajeno -y realmente lo consiguen- o si la soberbia es de tal magnitud que lo último que importa es la empatía con los ciudadanos y sus preocupaciones.

El gran Groucho Marx decía que política es “el arte de buscar problemas, encontrarlos, hacer un diagnóstico falso y aplicar remedios equivocados”. Y no le falta razón. Tras el estallido en Murcia y las fuertes réplicas en Madrid y Castilla y León, ¿qué más podría pasar? Pues ahí tienen la penúltima maniobra del aún vicepresidente segundo del Gobierno, Pablo Iglesias, y su impostura de salvador patrio contra la endemoniada derechona representada, a lo que se ve, por la presidenta Ayuso, quien de arrogancia tampoco anda escasa. “Comunismo o libertad” es la receta antagónica que lleva el sello de la mandamás de la movida madrileña. ¡Toma pluralismo!

Y mientras la formación de Inés Arrimadas trata de quitar hierro a la debacle que se cierne sobre Ciudadanos, imitando literalmente al avestruz, la prepotencia y el ego sube escalones de dos en dos en la política española. Han debido pensar que lo del Covid es ya cosa del pasado y de ahí los nuevos malabares y otras zarandajas para animar su desapego habitual.

Pero diría que lo peor no es todo lo anterior, ya de por sí elocuente, sino la apatía con la que la sociedad parece afrontar tanta mediocridad. Quizá nos hemos acostumbrado irremediablemente a ello y nos dé igual ya el próximo numerito circense que nos aguarda bajo la carpa. A falta de sensatez, es lo más que podemos esperar de esta esperpéntica tómbola que, por si se les ha olvidado, les recuerdo que la pagamos entre todos.